El umbral del paisaje: obra plástica de Jorge Chacón

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Jorge Chacón, Solar al anochecer, 1986 (detalle)



Texto: Alejandro Useche
Fotografías: Carlos Chirivella




        Para las artes visuales nacionales de la segunda mitad del siglo XX, Jorge Chacón supone una singular renovación del paisaje en la que progresivamente se va descubriendo la dimensión espiritual de la naturaleza, para lo cual se vale de una paleta personal muy expresiva y de un gran poder de síntesis visual que elimina lo accesorio para acceder a lo esencial de las cosas. 


Jorge Chacón, La reja en Los Samanes, circa 1968



Jorge Chacón, Río Mácaro, 1968

        Podemos, grosso modo, dividir su obra paisajística en tres grupos, a sabiendas de que esto acarrea una simplificación en la comprensión de su propuesta artística. Sin embargo, con ello pretendemos tener una visión más o menos panóptica de la misma. 


Jorge Chacón, Camino boscoso, 1968


Jorge Chacón, La carreta en las siembras, 1975


          Jorge Chacón es, sobre todas las cosas, un pintor de la naturaleza, especializado en el paisaje en todas sus variaciones. En su primera etapa (1968–1983) se debate entre una pintura de corte neoimpresionista, de pincelada corta y pastosa, segmentada y vibrante --La reja en los Samanes (circa 1968), colección Beatriz Wallis, a quien pertenecen todas las obras comentadas en este texto--, y un estilo más personal que será la base de su arte futuro. Trabaja con la yuxtaposición de manchas irregulares y redondeadas de color con diferente cantidad de luz, dando la impresión de masas vegetales tupidas y reposadas (Camino boscoso, 1968). 


Jorge Chacón, Puente Caurimare, 1969


Jorge Chacón, Árboles del campo, 1977

         En este primer período de la obra de Chacón prima un paisaje de formas blandas y pinceladas más o menos pastosas y sensuales con una participación cada vez más dominante de los violetas, lo cual condujo a una valoración de la naturaleza misteriosa, ambigua, más o menos fría, umbrosa e inquietante. En esta fase, se exploran exhaustivamente las posibilidades de los verdes amarillosos y de la superposición de «pantallas» de este tono sobre pantallas violáceas oscuras. Es un paisaje de masas vegetales imprecisas, pasivas, onduladas, gentiles, siempre en movimiento como llamas, unas veces frías, otras cálidas. El ser humano, por lo general, no está presente. Cuando lo está, se encuentra minimizado, absorbido y envuelto por el manto natural. Los valles y las campiñas son, por ende, seres en movimiento suave, independientes y supremos. El hombre, por el contrario, es un ser subordinado, modesto e impersonal.


Jorge Chacón, Intimidad, 1976

        A pesar de la presencia de los violetas y de las sombras, este primer paisaje es diurno. Todo es visible, benéfico, complacido, silente, fecundo, ordenado y, sobre todo, muy reposado. Las formas curvas y sinuosas, así como los esquemas cromáticos y las atmósferas del cielo son los principales factores que le aportan una carga emocional a las escenas. Hay un afán por capturar una esencia del paisaje, manteniendo su apariencia exterior, es decir, sus capas externas. Esto es lo que da la riqueza a la primera etapa: la tensión entre el parecido (mimesis) y la expresión interna del pintor. La «sensualidad calmada» (retenida) y la fuerzas del mundo psicológico interno del artista entran en tensión, estilizando y «deformando» el paisaje para hacerlo sugerir algo que quizá aún no se sabe qué es. Esta primera etapa es la del paisaje psicológicamente creíble, dado que en él sólo se muestra aquello que está a la vista, modificado por las necesidades expresivas del autor.



Jorge Chacón, Mesa colonial, 1978

        El tema del camino es muy importante. Se trata de la visión del caminante, de la experiencia de la naturaleza como algo que se recorre y que es comparable con el tránsito que el ser humano realiza en su vida. En este momento, la vida es como un camino de abundancia, soledad y paz. Sus caminos están siempre rodeados de árboles, arbustos y monte y, por ende, están llenos de sombras. Son veredas retiradas de los centros urbanos en busca de silencio. El camino de la vida no es forzado. No hay lucha. Puente Caurimare (1969) es un buen ejemplo de este tipo de pintura de caminante. 



Jorge Chacón, Tendido sobre el barrio, 1979

        Progresivamente se incluye la campiña, esto es, los paisajes de sembradíos calmos, enmarcados por cerros y habitados por ranchos dispersos y anónimos. La minimización del ser humano nos da a entender que para el artista, el hombre está subordinado a la naturaleza. Con frecuencia basta con representar las acciones de los hombres a través de sus objetos: la ropa colgada en un cable nos habla de las faenas de la limpieza cotidiana, o unos pipotes con tapa nos indican los problemas del suministro de agua, como sucede en Tendido sobre el barrio (1979). A este respecto, Carlos Chirivella (2005) (1) expresa que cuando Chacón aborda el retrato o el bodegón, las personas y los objetos son «vegetalizados» formal y psicológicamente, como sucede con las obras Intimidad (1976) y Mesa colonial (1978); por ello se infiere que el pintor asume que la naturaleza es el orden supremo. Esto es lo que explica la reiterada producción de paisajes en los que la casa, como representante del hombre, está reducida a su mínima expresión. No obstante, ya en 1968, pero con mayor fuerza a partir de 1972, Chacón pinta barrios. Primero es la masa de casas y ranchos yuxtapuestos y sobrepuestos, rítmicos y texturales, alternados con masas vegetales puntuales --Barrio de Petare (1974). Luego, el artista se va interesando por la vida del barrio, su gente y su vivencia cotidiana: alguien bañándose, cuatro hombres jugando dominó, una mujer bordando u otra pelando verduras. A menudo las figuras carecen de rasgos faciales definidos, sobre todo cuando se retratan grupos en acción. La excepción está en los retratos femeninos, que se apoyan en una fisonomía más definida para ofrecernos un perfil psicológico más completo. Por lo general, las mujeres se construyen a partir de estereotipos culturales y su conformación siempre tiene algo de convencional y alegórico. Caso diferentes son los de las obras Josefa (1982), y Camisa a rayas (1982), por la deformación inquietante de la figura y la ambigüedad de la expresión, que le otorga profundidad psicológica a las piezas. 



Jorge Chacón, Josefa, 1982

       En este período, aparte de los retratos, las barriadas urbanas o rurales, también incorpora abundantes marinas, bodegones y naturalezas muertas, destacando aquellas dedicadas a la mesa, antes y después de comer, así como al taller y los enseres del artista. 


Jorge Chacón, Camisa a rayas (1982)

        Antes de comentar la etapa siguiente es preciso hacer un paréntesis que corresponde a un sector de la producción plástica de Chacón bastante desconocido y diferente del resto. Nos referimos a los años 1982-1984, en los que este creador pinta una serie de cuadros de corte surreal, absurdo, teatral y narrativo. En La iluminada (1982) se retrata a una hechicera o hierofante, desnuda, solemne, presidiendo una mesa de trabajo espiritual. Un servidor, desnudo, contorsionado, le ofrece una copa desde la parte superior de un mueble. En Misterio de una metamorfosis (1984), tres hombres asiáticos y un cura occidental participan de una escena absurda en la que se combina la muerte humana con la acción de pescar. Se realizan desplazamientos enigmáticos de cadáveres mientras un sabio consulta sus libros y papeles. Una urna abierta muestra un ramo de flores y el cura, silente, lo observa todo. El título parece aludir al misterio de la transformación de los peces en hombres. Este trabajo es una exploración de la dimensión absurda de la vida. 

       Continuando con el hilo vegetal, Chacón se aproxima, poco a poco, al paisaje. Para ello, ha elegido dos objetos o estos a él: el platanal y el cambural. A partir de 1981 (La floresta) y, sobre todo, durante 1984, estas plantas van apareciendo progresivamente. Primero, de manera marginal o lateral; luego, con más protagonismo. En 1985 el platanal logra ser el centro compositivo. Para comprender este proceso, ver Pequeña siembra, 1984; Tierra roja, 1985; Cambural y plano rojo, 1985; Cambural y tierra amarilla, 1985; Platanal, 1985, y Platanal y bosque, 1985. Seguidamente, el artista se acerca más aún a estas plantas, sobre todo a sus hojas. Y comienza un arduo trabajo de captación de sus estructuras formales y variaciones, así como de sus esquemas cromáticos y ritmos visuales. Ya no hay bóveda celeste, ni nubes ni atmósferas, ni perspectivas tradicionales. Ahora se ofrecen cortinas o madejas vegetales en las que la profundidad se logra por medio del avance y retroceso de los tonos más o menos fríos o cálidos y por la superposición de formas a modo de «pantallas». La hoja de plátano o cambur se erige como el leit-motiv a partir del cual se descubren variaciones geométricas y de color. Con la pincelada, Chacón crea masas y, al mismo tiempo, dibuja. A la paleta inicial se le añaden azules oscuros, marrones rojizos y modestas aplicaciones de rojo naranja fuerte. Galpón en la siembra (1984) resulta un cuadro excepcional en cuanto a las libertades de experimentación que Chacón se permite, probando con nuevas deformaciones y geometrizaciones del paisaje. 


Jorge Chacón, Tierra roja, 1985


Jorge Chacón, Cambural y plano rojo, 1985



Jorge Chacón, Cambural y tierra amarilla, 1985

Jorge Chacón, Platanal, 1985


Jorge Chacón, Platanal y bosque, 1985


Jorge Chacón, Galpón en la siembra, 1984

        Con Bosque cerrado – Amazonia I (1985) se tiene la certeza de que se está ya en las puertas del Reino del Plátano. Por última vez se mira al cielo, ya enturbiado y agitado, para tantear la altura de los árboles. Acto seguido y tras algunas experimentaciones casi-gestuales e informales como La ladera (s. f. [circa 1985–1986]), Campo y río (1986), Interior con figura (1986) y Paisaje (1986), Jorge Chacón se acerca lo más que puede al cortinaje vegetal y, re-creando las incidencias de la luz de la tarde y del anochecer, formula una visión ahora poética de la naturaleza. 



Jorge Chacón, Bosque cerrado - Amazonia I, 1985


Jorge Chacón, La ladera, s.f. (circa 1985-1986)



Jorge Chacón, Campo y río, 1986



Jorge Chacón, Interior con figura, 1986



Jorge Chacón, Paisaje, 1986

        Del paisaje figurativo, panorámico y calmado, ha pasado a escenas sumamente dinámicas, parciales, fragmentadas y propias de un abstraccionismo orgánico. El referente nunca se abandona. Sin embargo, el acercamiento, la estilización y la transfiguración cromática convierten a las hojas de plátano en objetos plásticos, formales, puros y lúdicos. Si bien en la etapa primera sólo se mostraba lo psicológicamente creíble, ahora en esta segunda fase, estamos en la ambigüedad, gracias a la cual las hojas son hojas y algo más. Es la visión metafórica y simbólica del objeto. Algo sucede dentro de las hojas, algo se mueve en los tallos, en las raíces, en los pecíolos y en las yemas. 



Jorge Chacón, Serie El Solar rojo N.º 4, 1986



Jorge Chacón, El solar azul, 1986



Jorge Chacón, El solar rosa (hojas secas), 1986

        Chacón agota las variaciones y combinaciones de las placas irregulares, de las hojas caedizas y alternas, con sus formas palmeadas, lobuladas o arrugadas cuando se secan. El color funciona, como lo diría Paul Gauguin, enigmáticamente. Ya no sirve para describir el entorno. Ya no es un color imitativo, realista o apegado a las convenciones sociales. Por el contrario, los tonos son en estas obras de Chacón medios de expresión de las emociones y sentimientos, pero, sobre todo, de estados complejos del alma y de la mente. Esta segunda etapa es la del Umbral del Paisaje (1984–1987 aproximadamente) y las obras más logradas son Serie El solar rojo N.º 4 (1986), El solar azul (1986), El solar rosa (hojas secas) (1986), Solar rojo II, 1986, Amazonia IIA (1987) y Amazonia IIB (1987).  Este punto de la trayectoria de Chacón va desde los contrastes de color más fuertes, audaces y arriesgados, hasta las sinfonías cromáticas más sutiles y complejas, plenas en «mediaciones» e integraciones. Sin embargo, si bien la primera etapa era diurna --con verdes amarillentos--, ésta es crepuscular, con rojos saturados y brillantes, naranjas, ocres, amarillos anaranjados y rosados, todos ellos mezclados con el avecinamiento de la noche, esto es, con violetas, grises y azules. El día y la noche se tocan. Las formas son polivalentes y casi-oraculares.





Jorge Chacón, Solar rojo II, 1986




Jorge Chacón, Amazonia IIA, 1987




Jorge Chacón, Amazonia IIB, 1987


       Pero, en un momento decisivo, Chacón sigue avanzando aunque ya esté lo más cerca que es posible estar de las hojas de plátano o cambur. Entonces, giro imaginativo y simbólico de por medio, las traspasa. Chacón, de esta guisa, cruza las hojas. Está dentro de ellas. Entonces, comienza el Reino de la Noche (1988–1990), y con él emergen los «elementales», los entes espirituales, las formas que vagamente evocan a espectros o partes de animales. Las formas se animan de un modo extraño. Las flores se muestran carnívoras como en Solar al anochecer (1986). Las formas se distorsionan cada vez más, hasta desbordarse, desprenderse y adquirir apariencias totémicas, esotéricas e, incluso, grotescas (ver Jardín fantástico, 1988; Solar al anochecer II, 1988; Encuentro con la luz, 1989¸ Sin título, 1989, El guerrero que tenía un arsenal de rosas color de llanura lluviosa, 1989, y Encuentro inesperado, 1990). 



Jorge Chacón, Solar al anochecer, 1986



Jorge Chacón, Jardín fantástico, 1988



Jorge Chacón, Solar al anochecer II, 1988



Jorge Chacón, Encuentro con la luz,
1989



Jorge Chacón, Sin título, 1989

         Chacón ha ingresado a la dimensión informe, infinita, elemental y oscura de la naturaleza. O mejor, de su espíritu. Se aspira a representar el carácter «inaprensible», «desconocido», «sublime», «poderoso» y «peligroso» de lo natural. La forma se libera. Casi se destruye. Los colores se hace más oscuros y quebrados (mezcla con negro). Los chorreados dramatizan más esta situación. Luego, las formas siguen desbordándose al punto de que se recurre a la intervención plástica de los marcos o rebordes, con una clara intención arcana y totémica de corte aborigen, americano y africano. También explora la craeción de objetos rituales, como sucede con sus pirámides truncadas. El artista ha logrado entrever, de este modo, el misterio bio-esotérico del mundo desde la simplicidad de una hoja de plátano.  



Jorge Chacón, Paisaje cercano, 1990







Jorge Chacón, El guerrero que tenía un arsenal
de rosas color de llanura lluviosa
, 1989
                        


Jorge Chacón, Encuentro inesperado, 1990


Jorge Chacón, Altar
selvático N.º 6
, 1989



Jorge Chacón, Altar selvático N.º 6, 1989
(desplegado)







[1] Esta idea de la vegetalización de los personajes y objetos ha sido tomada de Carlos Chirivella en su charla Jorge Chacón: revisión crítica, efectuada en el Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, Maracay, el 15 de octubre de 2005, conjuntamente con mi persona. 




* Una versión de este texto, con variantes y supresiones, fue publicado en el libro Jorge Chacón, de Alejandro Useche, de la Colección Arte Venezolano, N.º 52, por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Caracas.


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