Alejandro Useche
"Quizá lo más llamativo del imaginario del duelo es que, a pesar de que está enraizado en la ausencia, convoca todas las presencias posibles. No hay silencio. Tampoco vacío. En el imaginario no existe el vacío. Todo vive, pleno y en movimiento. Contrariamente a lo que podamos pensar, ante la ausencia, se activa una gran acumulación y diversidad icónicas. La pérdida de un ser amado genera una dolorosa reorganización del deseo, el cual, despojado de su centro de atracción, se dispara, enloquecido, recorriendo todos los vericuetos de la psique, buscando un nuevo polo magnético alrededor del cual girar. El imaginario personal, en cuanto mapa de imágenes interdependientes y multifuncionales, sufre un desorden lacerante. Negados a la desaparición de esa imagen nuclear, fraguamos una imagen-fantasma que, de la misma manera que sucede con los miembros fantasmas de los lisiados, nos duele aunque sea inexistente.
Entonces, dado que fuimos desinvestidos del poder de un icono medular, su duplicado fantasma, elaborado a partir de mapas preexistentes, convoca a todas las imágenes de la psique para revivir al muerto. Cuando es evidente que ya no es posible, se hermanan para nivelar la psique. De este modo, un tropel de imágenes acude a sobre-investir al fantasma. Lo sorprendente es que las imágenes restantes de la psique dejan lo que estaban haciendo para dedicarse a la devoción de lo inexistente y, en ese proceso, se re-semantizan una y otra vez. Por ello, el duelo es un potenciador y renovador del imaginario, permitiendo que nuevos aspectos semánticos emerjan y que las imágenes se impregnen entre sí al estar al servicio de un único fantasma.
Un extraordinario ejemplo de invocación del fantasma de todas las imágenes posibles para su integración en el proceso de sobreinvestidura es la tablilla VIII del Poema de Gilgamesh, joya de la épica mesopotámica de alrededor del siglo XVIII a. C. Una vez que el rey Gilgamesh pierde a su entrañable amigo Enkidu, quien lo había acompañado en diversas aventuras, dándole un profundo giro a su existencia, el héroe exclama, enloquecido de dolor, mientras vaga por la estepa: '¡Que te lloren los caminos de Enkidu hasta el Bosque de los Cedros! / ¡Que no callen ni de día ni de noche! / ¡Que los ancianos de la espaciosa Uruk-la-cercada te lloren, / ellos, cuyo dedo nos bendecía detrás de nosotros! / ¡Que las elevadas cimas de las regiones montañosas te lloren, / cimas que tantas veces habíamos escalado! / ¡Que por ti se lamenten los campos como lo haría tu madre! / ¡Que los bosques de cipreses y de cedros te lloren, / entre los cuales, en nuestra cólera, nos abrimos paso! / ¡Que te lloren oso, hiena, pantera, tigre, ciervo, leopardo, / león, búfalo, gamo, cabra montés, manada de la estepa! / ¡Que llore el Ulaya, río sagrado, cuyas orillas recorrimos alegremente! / ¡Que te llore el puro Éufrates, / donde vertimos en libación el agua de los odres! / ¡Que te lloren los hombres de la espaciosa Uruk-la-cercada, que vieron nuestras hazañas cuando matamos al Toro Celeste! / ¡Que te llore el labrador, encorvado al arado, / quien en sus hermosos alala ensalzaba tu nombre! / ¡Que te llore en la plaza de la espaciosa Uruk-la-cercada / el pregonero que exaltaba tu nombre, proclamándolo el primero! / (...) Yo, Enkidu, junto a tu madre y a tu padre / te voy a llorar en tu propia estepa." (vv. 7-26, 40, 41). De esta guisa, todas las imágenes, minerales, animales, vegetales y humanas poseen un ritmo común. Están en analogía y homología, creando nuevas redes de sentido. Pero, sobre todo, están hermanadas por el dolor."
* Texto publicado en El Nuevo IPCista, en la columna "Imágenes del Hombre", Caracas, marzo 2009, página 7.
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