(Tesis para obtener el título de Licenciado en Letras,
UCAB, 2000)
Alejandro Useche
El amor: el viejo mito en
la historia
Una revisión de la historia nos
haría caer en cuenta de la construcción amorosa que se ha efectuado y
silenciado. En opinión de Bierce, el amor es una enfermedad que «sólo se
expande entre las razas civilizadas que viven en condiciones artificiales» y
que, en cambio, las «naciones bárbaras que respiran el aire puro y comen
alimentos sencillos, son inmunes a su devastación» (1998: 10). Esta aseveración
coincide con las investigaciones de Welter, quien asegura que la noción de amor
le es completamente desconocida al “primitivo”, para quien sólo es posible un
«amor-espasmo» que nunca llega a superar el plano de la sensualidad (1977:
201–202).
Para los Dogon del África no hay lugar para la sublimación;
las relaciones de los hombres con las mujeres son de dominio y agresividad. El
único culto trascendente de carácter diádico que podría interesarnos es la
adoración a la madre. Igual es el caso de los Coniagui, de Guinea. Los
melanesios[1]
tampoco conciben algo parecido al ‘amor-pasión’. La ausencia de este
sentimiento en las comunidades africanas viene dada, en la opinión de Luc de
Heusch, por el hecho de que
La actitud típicamente africana frente a la mujer es infantil, pasiva, edípica; tensa, nunca desemboca en el amor-pasión porque la madre ha sido desvalorizada en el transcurso de la iniciación-circuncisión, bajo la mirada del padre (1969: 12)
Los Dogon del África |
Para estas civilizaciones, la esposa
es sólo una sustituta de la madre y la fidelidad no es un valor estimado:
mientras las ‘aventuras’ no perjudiquen “los derechos matrimoniales”, éstas son
lícitas (Ibídem, p. 13).
Muchachas Muria, India |
Más desconcertante aún es el caso de
los Muria, en la India. Éstos cuentan con el ghotul o ‘casa de los
jóvenes’, donde los niños viven al margen de los adultos sin que esto se
considere un abandono o una falta de moral. En estos ghotul se les
proporciona a los niños y jóvenes un ‘lenguaje de amor’, siendo el amor libre
de carácter obligatorio. Existe una norma: no pasar mucho tiempo con la misma
compañera, no obstante, no hay descontrol ni promiscuidad. Todo ello tiene un
fin: que el joven «no se pierda en el amor». Los mismos jóvenes del ghotul
expresan que intercambian parejas sin pretensión de durabilidad «porque
queremos que todo el mundo sea feliz». (Ibídem, pp. 13–14).
El ghotul de los Muria, India |
En un segundo tipo de ghotul
los jóvenes conforman «pseudo-matrimonios» que no poseen validez para el mundo
adulto. A estas uniones, a pesar de ser reales e intensas para quienes las
viven, se las proscribe del matrimonio. La pareja de jóvenes debe separarse
tajantemente y, es más, sus integrantes no pueden usar ni siquiera el nombre
que tenían en el ghotul. En las Islas Trobiand, los jóvenes evaden la
permanencia amorosa y, más que un amor-pasión, practican un «amor empírico» (Ibídem,
pp. 14–15).
En el mundo griego no existió, por
parte de los amantes, un amor eterno. No hubo un deseo cultural de ‘llegar
juntos a la vejez’ y, menos aún, de ‘amarse más allá de la muerte’. Todo
hombre, una vez muerto, era conducido al «mundo subterráneo», reinado por Hades
y su compañera Perséfone, ambos igualmente «crueles». Con la ayuda de «demonios
y genios múltiples» no les estaba permitido a sus «súbditos» regresar al mundo
de los vivos (Grimmal, 1982: 220). Lo que esperaba al hombre griego después de
la muerte, no era la eterna contemplación de un dios benéfico, como en el Cristianismo,
sino un espantoso lugar opresivo. Ante esta expectativa, ¿quién querría vivir
con la persona amada después de la muerte?
Hades y Perséfone |
El amor era eterno e inmutable como éidos, como
Idea, pero no para el hombre ni para una vida en el Hades. Incluso, para los
griegos primitivos «con la muerte corporal muere el hombre». En el período
homérico estaba ausente la idea de la «inmortalidad del alma»; lo que
deambulaba en el Hades era «una sombra, una pura nada», la representación
simbólica del vacío, de la ausencia. En la Grecia posterior, el «sueño eterno
del Hades» no denotará ni felicidad ni liberación (cf. Jaeger, 1992: 97, 715).
Es necesario señalar que en el mundo
griego el amor no poseía, como lo es para la mitología amorosa que nos
concierne en este estudio, la cualidad de realizar a los hombres, dado
que éste estaba en un plano inferior a la amistad. Es más, en la misma medida
en que se desconocía el amor, se privilegiaba la inteligencia y la amistad
(Pizzolato, 1996: 26). Dentro de la reflexión filosófica griega, la pareja
heterosexual no crea una comunidad de amor, y el amor efébico, como nos informa
Pizzolato, consistía más bien en una «relación pedagógica» en la cual la vida
con el «maestro» permitía que el joven adquiriera un «modelo global de referencia»
a partir del cual se deseaba alcanzar la espiritualización que elevara a la
pareja por sobre el «mundo sensible» (Ibídem, p. 27).
Esta situación no nos lleva a pensar
en el amor como capacidad innata que revaloriza nuestra condición humana, ni en
la eternidad del amor o en una relación entre iguales que se aman por lo que
son. Es una relación de enseñanza desigual que busca el sentido en detrimento
de la individualidad y, por el contrario, exhorta a emplazar nuestra condición
inmanente y a concebir que el mundo de la Verdad no está aquí —en los amantes,
podríamos pensar—, en el mundo umbrátil de los sentidos, sino en el mundo de
las Ideas (éidos). El “amor efébico” no es lo que hoy llamamos amor,
sino una relación donde el amante tiene sobre el amado una «autoridad
educadora» equivalente a la de los «padres hacia los hijos» y, una vez que el
joven alcanza su madurez masculina, la relación finaliza (Jaeger, 1992: 189).
Platón no distingue
entre amor, amistad y deseo, y los agrupa indistintamente (Pizzolato, 1996:
71–72). No se consigue establecer una distinción entre amor y amistad, dilema
enfrentado también por los poetas elegíacos griegos, para quienes el amor, en
todo caso, no es como lo conocemos, sino una ‘relación predominantemente
sexual’ (Ibídem, p. 203; Gurméndez, 1994: 166–171).
Eros y Psique |
La visión griega del mundo no
contemplaba la noción de amor eterno perteneciente al amor mítico que nos
ocupará en el presente análisis. Contrariamente, el amor, a diferencia de la
amistad, podía «menguar, apagarse, mudarse en horror» (Aristóteles citado por Ibídem,
p. 96). Sólo a partir de la época helenística y del apogeo de la burguesía
griega se escribe lo que más se acercaría a una historia de amor. Las comedias
de Menandro tienen al amor como uno de sus principales núcleos temáticos,
rodeado de las más terribles intrigas y aspectos truculentos de la vida, como
«padres avaros, hijos atolondrados, [...] los parásitos mentirosos, [...] los
gemelos confundidos, los padres perdidos y vueltos a encontrar». (Hauser, 1994:
I, 139).
El niño de la Oca, de Boetas |
A pesar del florecimiento del amor
helenístico, éste no pasó de ser un «sentimiento arrebatadoramente tierno»
(Hauser, 1994: I, 265) y tiene poco que ver con lo que hoy día llamamos amor.
En la época latina, según Ovidio, a pesar de su intensidad, el amor era una
enfermedad «que priva del conocimiento, paraliza la voluntad y vuelve al hombre
vil y miserable». (Ibídem, p. 266).
Recreación de una escena del Infierno de la Eneida, de Virgilio |
Dentro de la imaginería virgiliana
de La Eneida, los «consumidos por el amor» estaban, después de la muerte,
junto a los «niños pequeños, los suicidas» y los sentenciados injustamente, en
una «zona triste y boscosa» (Elvira, 1995: 61). Tampoco para las parejas
latinas existió la idea del ‘amor más fuerte que la muerte’ (mito del “amor
sublimado”, según Nelli, 1965: 65). Ni para la cultura griega tardía ni para la
latina, el amor es, como hoy día, una potencia ética totalizadora o el summum
de la experiencia de vida.
Sólo en la Baja Edad Media, con la ascensión de los
guerreros-vasallos a la caballería, el amor se convierte en un sentimiento
trascendente en la tierra, que requiere de cuidado y atención. Hauser nos
comenta que a partir del amor cortés
es nueva la creencia de que el amor es la fuente de toda bondad y toda belleza [...]; son nuevas la ternura e intimidad del sentimiento [...]; es nueva la infinita sed de amor. (1994: I, 266)
El amor cortés, según N. C. Wyeth |
Sin embargo, esta concepción amorosa
correspondía únicamente a las clases dirigentes; los campesinos, por el
contrario, disfrutaban de un “amor pragmático”, despojado de esa
sobreinvestidura social. Sin embargo, bajo la presión de la Iglesia los valores
y hábitos amorosos campesinos se ven profundamente modificados. Así, el amor
cortés llega a adoptarse por medio de la manipulación y dominación ordenada de
la pasión.
El amor mítico, absoluto y
vehemente, dentro de este esquema, es una formación medieval tan tardía que
llega a su plenitud en la transición hacia el Renacimiento. Tristán e Iseo son
el archiejemplo fundacional del amor eterno y burlador de la muerte. El siguiente
pasaje, muy posterior a la versión de Béroul, es el símbolo de la trascendencia
amorosa occidental. Una vez muertos
—trágicamente, por supuesto—,
Tristán e Iseo son
embalsamados y encerrados en pieles de ciervo, sus cuerpos fueron trasladados a Cornualles. Allí fueron enterrados uno junto al otro, al lado de una capilla, entre los lamentos del pueblo. Plantóse un rosal de flores rojas en la tumba de Iseo, una cepa de vid en la de Tristán. Crecieron, pasando el tiempo, vigorosos, y sus ramas, se abrazaron tan estrechamente, que no fue posible separarlas; cuantas veces los podaron, otras tantas volvían a crecer y a enlazarse con más fuerza. Su amor había traspasado, inalterable, las fronteras de la muerte. (Béroul, 1985: 222)
[1] Melanesia corresponde a la división de Oceanía que comprende Nueva
Guinea, archipiélago de Bismarck, islas Salomón, Vanuatu, Nueva Caledonia,
islas Fidji y el archipiélago de la Luisiada (García-Pelayo y Gross, 1993:
1433).
1 comentarios:
Interesante artículo.
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