Imágenes para armar una ciudad

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Ciudad de Luxor


Alejandro Useche


        Crear una ciudad es hacer de lo ilimitado bordes, formas, recorridos, un espacio comprensible, habitable y predecible. La ciudad es el mundo inmediato que nos protege de las fuerzas ambivalentes de la naturaleza y de la agresividad del hombre mismo --en oposición al mito de la naturaleza como fuerza benéfica o madre inocua; es el ordenamiento cualitativo y cuantitativo de un horizonte indeterminado-- entiéndase ilimitado, inseguro, no tocado, y el establecimiento de las coordenadas del hombre dentro del cosmos. En este sentido, el hombre genera sus propias referencias y vuelve al paisaje que le rodea una topografía humanizada. La ciudad es una sintaxis, orden o construcción física y cósmica que articula las manifestaciones humanas civilizadas. Hacer ciudad es crear de lo informe un tránsito múltiple y estructurado; por ello, la ciudad es creación y presupone un paisaje que se interviene para que nos proteja y nos diferencie. Dicho proceso puede denominarse "mundificación". 

       La ciudad no sólo es una presencia física, material; también es una formación mental y una proyección colectiva de las ideas, afectos, sueños e improvisaciones de sus habitantes. Pero, ante todo, la ciudad trasluce el deseo de trascendencia, la aspiración del hombre a superar su condición condición original. Es por ello que bien ha hecho George Bataille en decir que el hombre es un ser de la negación (1). Bajo su voluntad niega la realidad y crea la ciudad, que es lo que no es la naturaleza. El hombre es y no es natural. También es social y, por ende, antinatural, que significa pensar y actuar --por la gracia de la conciencia-- aún en contra de la naturaleza, oponiéndose, escindiéndose del mundo que lo rodea. La ciudad es negación de la realidad y afirmación de la voluntad humana. 


Ciudad de Babilonia


       Construimos, en nuestras mentes, una "ciudad modelo", un mapa psíquico donde se dan lugar tanto fragmentos reales como fragmentos imaginarios, unidos de tal manera que cualquier distingo resulta difícil. Los límites entre lo real y lo psicológico, lo percibido y lo adjudicado, son ambiguos y siempre están cambiando. La ciudad es un ser mixto, físico y psíquico, hallado y construido, amado y despreciado, colectivo e individual. 

       Ciertos rasgos de la ciudad en nuestra mente destacan mientras otros merman, se tornan invisibles, se exageran, se distorsionan, se mitifican, se fijan o se infieren. Cuando tenemos esto en cuenta, se nos hace claro que la ciudad construye la identidad, y viceversa. Sin embargo, no hay que confundir identidad con identificación o empatía. Aunque una ciudad sea despreciada, este odio ayuda a crear una imagen de lo que no debe ser una ciudad, consideraciones que, en definitiva, forma parte de nuestra personalidad. 


Puerta de Ishtar de la Antigua Babilonia

       Los orígenes de la ciudad se pierden en el tiempo. Su esclarecimiento implicaría hurgar en la raíz de la humanidad. Aún la mayor parte es misterio. Los inicios son multifactoriales: religión, economía, poder. El templo, el sepulcro, la agricultura y el comercio han fundado las ciudades desde siempre. ¿Pero cuál fue la primera? Jericó, Medigo, Ugarit, Erec, Nínive, Babilonia, Karnak, Luxor, Jerusalén son nombres que no parecen aclarar la situación. Para Cappelletti, las primeras ciudades aparecen en el tercer milenio antes de Cristo en Mesopotamia, bajo la égida de los reyes-sacerdotes (2). Sin embargo, no es hasta la Atenas de Pericles --la primera gran metrópolis-- cuando la ciudad se convierte en reflexión filosófica (3). Es dentro de los límites de la cultura griega donde la ciudad no sólo era la sumatoria de un territorio rural (chora) más un centro urbano (asty), sino que, trascendiendo lo físico, designa un modelo de civilización donde el hombre realiza su humanidad y fuera del cual la pierde (4). La ciudad, entonces, es el espejo donde el polítes o ciudadano se reconoce, se estructura y adquiere una identidad. 

      Por su construcción reticular, la polis griega es, ante todo, un espacio racional, simétrico y comedido. Este modelo urbano dominado por la axialidad y la monumentalidad, es posteriormente adoptado por Roma. No obstante, esta última está concebida ya no para ser contemplada, como el caso de la polis griega, sino para ser habitada y recorrida, para ser vivida desde adentro. Roma resume en sus rasgos esenciales la ciudad occidental; sus cánones sobrevivieron a lo largo de los siglos hasta la edad moderna. España no fue la excepción. Su encuentro con América significó la adopción, por parte del Nuevo Mundo, de una ciudad preestablecida. Es así como la urbe crece como injerto cultural. 


Acrópolis de Atenas

       Las ciudades americanas nos son propias y ajenas a un mismo tiempo. Son puertas a discursos españoles que, con el tiempo, se fueron mezclando con formas nuevas. En un inicio, hubo sólo una introyección, es decir, una internalización de la estética y de los cánones extranjeros. Después hubo la expansión: crecer y alimentarse de nuevas fuentes. En Venezuela, herederos de España, todavía a finales del siglo XVIII se construyen las ciudades bajo los lineamientos neoclásicos y "con fórmulas de un simplificado barroquismo" (5). Más adelante, los límites de sus ciudades se harán más porosos, incorporando múltiples discursos en una búsqueda no siempre coherente de una territorialidad y de una identidad nuevas. 

       Maracay, capital del estado Aragua, no tuvo fundador y fue creada por petición de sus propios habitantes, alrededor de unas mil personas, quienes en 1701 solicitaron al obispo Diego de Baños y Sotomayor la construcción de una feligresía (6). Este es el nacimiento oficial; sin embargo, en sus terrenos diversas familias cohabitaban un espacio sin nombrar. Su legitimidad vino dada por motivaciones religiosas, formando parte de la tradición ancestral de carácter universal, por la cual las ciudades se fundan en relación estrecha con la construcción de una doctrina (7).  


Avenida Las Delicias, de Maracay

       A partir de una reducida cuadrícula tradicional, Maracay nace y crece, alcanzando en los últimos setenta años una extensión considerable (8). Así, Maracay se expande en múltiples direcciones: centro de gobierno durante el período gomecista, Ciudad Jardín o ciudad ecológica --que se apoya en sus montañas y en el movimiento conservacionista a partir de los años setenta--, cuna de la aviación, ciudad taurina y centro militar. Política, económica, demográfica y religiosamente, Maracay fue adquiriendo nuevas dimensiones. De ser una ciudad "de paso" alcanzó una determinada centralidad, así como densidad poblacional y heterogeneidad social.


Atlas físico y político de Venezuela, de Agustín Codazzi.

       Pero Maracay también se convierte en un centro artístico: literatura, teatro, danza y artes visuales, entre otras manifestaciones estéticas, emergen, consiguen su lugar y dialogan con la ciudad. Maracay le da vida a sus fenómenos estéticos, pero estos, a su vez, se vuelven hacia ella y generan una percepción de la misma, formando una opinión pública, una memoria, una mitología y un discurso determinados. En este sentido, la ciudad siempre está creciendo desde la significación, la ideología y la estética y no únicamente por sumatorias cuantitativas. Maracay adquiere una cierta concentración artística, ya no siendo sólo tránsito o canal para el arte, sino también punto de irradiación de determinados contenidos a otras poblaciones por un mecanismo de "exudación cultural"(9)


Hotel Jardín de Maracay


       Las artes visuales son las que en este momento detentan nuestra atención. El primer hecho que hay que considerar al respecto es que los primeros pintores aragüeños fueron eminentemente paisajistas y que encontraron en este género el lenguaje que articulaba su percepción del entorno. Esta práctica, que desanda su camino con los paisajes de los artistas viajeros del siglo XIX y de comienzos del siglo XX en Aragua como Alexander von Humboldt, Pál Rosti, Friedrich Gerstacker, Sir Joseph Dalton Hooker, Jenny de Tallenay, Wilhem Sievers, Agustín Codazzi, Carl Sachs y otros (10), encuentra su continuidad en los artistas visuales aragüeños posteriores. Y no sólo las artes visuales participan de este fenómeno; también la literatura hablaba del entorno natural. Pedro Buznego Martínez, Sergio Medina, Pedro Brea, Gonzalo Carnevali, Aníbal Paradisi, Julio Morales Lara y José Zowain son algunos de los primeros escritores aragüeños que incorporaron el paisaje regional a sus mundos de ficción.



Fábrica de Telares Maracay


        No es de extrañar que sea éste el género que adoptan los primeros creadores de Maracay y del estado Aragua, dado que el paisaje, por derecho propio, fija los linderos espaciales y crea un territorio socializado, nombrado y, por ende, apropiado. La pintura de paisaje muestra lo que ha sido consumido de tal manera que su representación expone las jerarquías, límites, selecciones y subjetividades que se han operado sobre el territorio. El artista aragüeño comenzó humanizando el paisaje, y mediante la representación se apropió de su entorno. 


Fábrica Papeles Maracay

       La ciudad fue abriéndose y creciendo por dentro, y nuevas propuestas plásticas generaron visiones inéditas de Maracay, la cual, con el tiempo, se hizo más plural en diversos sentidos. Se entendió a la ciudad no sólo como un espacio inserto en un mundo natural, sino también como un espacio creado, artificial, que difiere de la naturaleza. Así, la ciudad es una zona doble y ambivalente. Pero, sobre todo, se concibió la ciudad como una subjetividad que no sólo era posible expresar por medio de la representación directa de los espacios urbanos, sino también valiéndose de la creación de espacios íntimos e imaginarios. 


Teatro Ateneo de Maracay

       La ciudad, para ser una propuesta estética, no se traduce únicamente en montaña, edificio, calle o animal. La ciudad se abstrae y queda como reflexión, sentimiento y visión del mundo. Nuevos materiales, técnicas y propuestas plásticas impulsan y respaldan este proceso de apropiación sustancial y de expresión alternativa de la ciudad. Sus artistas al crear hacen de ella, parafraseando al Julio Miranda, la misma ciudad distinta (11).


(1) George Bataille. (2000). El erotismo. Barcelona: Tusquets (Colección Ensayo, 34) (2.º ed.).
(2) Angel J.. Cappelletti. (1991). "La ciudad como ámbito de la creación artística". Encuentro de reflexión sobre arte y ciudad. Caracas: Consejo Nacional de la Cultura y Museo de Artes Visuales Alejandro Otero, p. 6. 
(3) Miram Salaz Ortiz. (s/f). "Huellas de ciudad". Edificar, 2(3): 63. 
(4) Cfr. Leonardo Azparren Giménez. (1993). La polis en el teatro de Esquilo. Caracas: Monte Ávila Latinoamericana (Colección Estudios), p. 199. 
(5) Leszek Zawisza. (1998). La crítica de la arquitectura en Venezuela durante el siglo XIX. Caracas: Consejo Nacional de la Cultura (Colección Arte y Crítica, 4), p. 22. 
(6) Cfr. Oldman Botello. (1987). Historia de Maracay (vol. I). Villa de Cura: Publicaciones de la Asamblea Legislativa del Estado Aragua, pp. 44-47. 
(7) Juan Eduardo Cirlot. (2000). Diccionario de símbolos. Madrid: Siruela, p. 138. 
(8) William Niño Araque. (1996). "El escenario". Maracay: espacio y memoria. Aproximación al tiempo, paisaje, arquitectura, iconos y vida de la ciudad. Maracay: Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, p. 46; Oldman Botello, Ibídem, p. 17.
(9) Lewis Mumford citado por Arturo Almandoz Marte. (1991). "La ciudad como escenario". Encuentros de reflexión sobre arte y ciudad. Caracas: Consejo Nacional de la Cultura y Museo de Artes Visuales Alejandro Otero, p. 8.
(10) Oldman Botello. (1992). "Pío Echenagucia y el paisaje". 12 Salón Municipal de Pintura. Maracay: Galería Municipal de Arte, p. 2. 
(11) Cfr. Julio Miranda. (1987). Anotaciones de otoño. Caracas: Mandorla (Colección Carmenes). 


* Publicado en la Guía Didáctica N.º 41, de la exposición Polimiradas: metáforas de una ciudad, Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 2001. 


       

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