La construcción del palacio. Pintura afgana. Escena inspirada en la novela Las siete princesas, de Nizami. |
Alejandro Useche
(ejercicio escritural, IUESAPAR, 2005)
(ejercicio escritural, IUESAPAR, 2005)
La literatura es un juego para quien la
crea. Se pergeña un mundo combinando los elementos de la vida ya existentes
como si se tratara de un niño armando objetos con legos. El artista no copia la
vida, la recrea. Pone sus propias reglas cuando lo hace. ¡Y disfruta
inventándolas!, como una muchachita añadiendo más cuadros o alas a su rayuela.
Ni las formas nacidas del lego ni la rayuela poseen un propósito determinado.
Más bien son formas de libertad. La libertad de ponerse uno mismo las reglas y
celebrarlo. Esto es muy valioso si pensamos que la vida cotidiana está llena de
reglas impuestas exteriormente (jurídicas, laborales, éticas y un largo
etcétera), y que el juego nos libera de esa obligación ajena y nos introduce en
el placer de un movimiento autoimpuesto de la propia identidad. Cuando uno
juega con lo que uno es, es posible construirse, reinventarse constantemente,
en fin, renovarse.
Cuando
el escritor juega no desea ser hijo de su tiempo. Sólo quiere ser. Lo peor que
puede sucederle a un escritor es que su público reconozca que su obra es hija
de su época. Lo que el escritor desea es no pertenecer a ningún tiempo. Por el
contrario, que su obra sea atemporal, transhistórica, eterna. Quizá estemos
demasiado habituados a identificar qué es lo que la escritura de cada espacio y
tiempo tiene de su propia cultura. Sin embargo, lo que hace que la literatura
viva es lo que la hace eterna. Y la capacidad de eternizarse tiene mucho que
ver con la capacidad de jugar. Lo bueno de un juego no es que podamos entender
sus determinaciones geográficas o ideológicas, sino que juguemos plenamente.
Para ello, debemos jugar como si el tiempo no existiese. Difícilmente un niño
que realmente juega está pendiente de la hora y del día.
Pero leer una obra literaria también es jugar
porque implica reconstruirla con cada lectura. El requisito indispensable para
leer es imaginar. Otro requisito es estar dispuesto a armar el rompecabezas,
sabiendo que no se trata de un rompecabezas común, dado que cada vez que
leamos, el rompecabezas dará una imagen diferente. Puede resultar confuso, pero
es enormemente liberador saber que un libro no siempre será el mismo. Aunque
hoy día se fabriquen en serie, nuestra lectura se mantiene única y artesanal
cada vez que se atreve a jugar.
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