José Caldas: La ofrenda vivida

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Alejandro Useche



        Involucrarse con la obra de José Caldas implica conectarse con un aspecto doble. Por una parte, las imágenes u objetos pertenecientes a la esfera cotidiana, los cuales destacan por su humildad y provisionalidad. Por otra, la formulación de una propuesta visual abocada a la dinámica de lo sagrado, enmarcada dentro de la santería y fundamentada en una concepción vitalista que se nutre del mundo natural. 

      Dentro del primer grupo temático, es decir, la representación de la realidad más inmediata y simple, está la vista que ofrece la ventana de su casa, escenas del comercio informal (Maferefún Elegguá, 2000), la intimidad de su nevera (Full, ca. 2000) o una mirada interpuesta a través de su carro (Desde el tovareño te observé, 1993); Pulido brillante, 1994, e Iguana salamándrica, 1997). En este orden de ideas, Caldas, grosso modo, ha desplazado su punto de vista pictórico de adentro hacia afuera. Primero, muestra el objeto o el interior de la casa; luego, incorpora las ventanas (a veces verdaderos ventanales) a través de las cuales se asoman fragmentos del vencindario. En este punto, el adentro y el afuera se engranan, contrastan o se complementan. Por último, el artista sale y recrea el espacio exterior: las calles, los negocios, los parques de diversión u otras formas urbanas. Por otro lado, revisando este núcleo o tópico, nos damos cuenta de que ni la fruta, ni la nevera, ni el carro, ni las calles desean deslumbrar o fingir permanencia. Están en su precariedad o abundancia circunstancial. 




      Con relación al segundo ámbito deslindado artificialmente en estas líneas, quizá lo más importante sea destacar su carácter de ofrenda o dádiva. En este sentido, las formas que gesta el artista existen en cuanto celebran a los dioses o espíritus. Son tributos a la vida ultraterrena. Sus altares están dedicados a deidades, entidades o practicantes de la santería o del espiritismo. Es por ello que, en definitiva, sus altares, además de constituir puertas al otro mundo, son su dramatización. Por su parte, los bodegones o marinas, así como la combinación de ambos, son, con sus frutas luminosas y grandes (incluso, hiperbólicas), ofrecimientos a los habitantes del mundo invisible y, por lo tanto, encarnaciones del paso de lo humano a lo divino. También son símbolos de la abundancia y la fecundidad. En las marinas, estas frutas parecen representar, en un cierto nivel de lectura, la ligazón con el origen. También es preciso señalar la relación que se establece entre la obra plástica de Caldas y el fenómeno musical. Esto sucede en tres sentidos: 1) la música como estímulo ex profeso para crear sus piezas; 2) la representación de instrumentos musicales (ya sean académicos como el violín o el clarinete, o autóctonos como el cuatro y las maracas) en calidad de bodegones espirituales conectados con el Sol o la Luna; y 3) la investigación de las correspondencias entre tonos cromáticos y tonos musicales.



       Asimismo, no es posible comentar la obra de José Caldas sin tomar en cuenta la función cardinal que el color desempeña en su realización. La obra de este artista no sólo adquiere relevancia en cuanto genera imágenes profundamente ligadas al imaginario latinoamericano, sino también por su investigación en torno al color como visualidad y como fenómeno espiritual. En su hipótesis, los colores encarnan vibraciones energéticas trascendentes. En sentido general, sus colores tienden a ser saturados y luminosos; a veces, estridentes o violentos, y casi siempre abarcando grandes zonas planas o más o menos texturadas. Aparte de los colores primarios, predominan los naranjas, verdes y violetas aplicados con espátulas o directamente del tubo (sea óleo, acrílico o su combinación). Aunque también ha explorado el trazo gestual (Full, 2000; Riña cromática, 2002) y el aguzamiento geométrico (Detenido en el tiempo, 1994), es el impacto cromático lo que le interesa a Caldas. Podríamos concluir afirmando que las obras abocadas al tema trascendente, a pesar de estar dedicadas a los dioses o espíritus, están compuestas también por las cosas más simples: un racimo de cambures, una patilla, una auyama o las olas del mar. En definitiva, lo más pequeño nos conecta con lo extraordinario. 






* Publicado en el catálogo Maferefún. La ofrenda vivida. Obras de José Caldas, Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 2002. 








Puede consultarse el siguiente video en el que se entrevista a José Caldas:  https://www.youtube.com/watch?v=o_URLKCqiW





José Caldas: I Certamen Mayor de las Artes y las Letras 2005. Capítulo Artes Visuales*




JOSÉ CALDAS representa el desarrollo y pervivencia de una profunda tradición cromática, iniciada por Alejandro Ríos y continuada por Mario Abreu, Jorge Chacón, Ángel Vivas Arias, el Grupo Sabaneta, Rojo Espeso y Reinaldo Crespo. Sin embargo, Caldas es un caso raro y extremo del empleo intensivo del color saturado, luminoso y vibrante. Su aplicación espatulada y sus armonías cromáticas desafiantes, generan escenas muy inestables y tensas que celebran la vida en la naturaleza y en los objetos cotidianos con un interés especial en las raíces santeras, que lo emparientan con los objetos mágicos de Mario Abreu y con la producción tardía de Jorge Chacón. 



Alejandro Useche





* Publicado en "Gran Premio", En: I Certamen Mayor de las Artes y las Letras 2005. Capítulo Artes Visuales. (2005). Caracas: Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio,   p. 15. 

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