Esto no es aquí (V): Inmovilidad, fusión y dolor en la obra de John Lennon

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(Trabajo de Grado para obtener la Licenciatura en Letras, 
Universidad Católica Andrés Bello, 2000)




ALEJANDRO USECHE

Amor Siamés



            Hay que decirlo de una vez: el hombre occidental, según una de las concepciones afectivas más difundidas, siente un profundo deseo de fundirse en la persona amada y, aunque resulte ontológicamente imposible, concibe esta fusión amorosa como un movimiento indispensable de trascendencia. Fusión es liberación. Ser uno con el otro implica la disolución del yo, la disipación de la individualidad. Aunque más exactamente, de una parte de ella. Se anclan en la imagen del otro aquellos aspectos de la personalidad con los cuales es difícil lidiar. Uno de los más notables es la soledad que produce el contacto no mediatizado con uno mismo. Saberse solo detona los miedos más atávicos e impele a desarrollar los mecanismos más variados de evasión o de mediatización. Invertir tiempo con uno mismo ha quedado, en el mejor de los casos, como profiláctica psicológica, siempre y cuando no sea por mucho tiempo.

            La complementariedad ha sido frecuentemente utilizada como bandera de defensa y justificación del deseo de ser «una sola carne», como lo establece la Biblia. Queda claro que esta perspectiva del amor abarca sólo dos individuos que, además, deben ostentar cierto tipo de dinámica afectiva basada en la incompletud y el vacío. Dentro de la concepción cristiana, Dios

dio al hombre lo que negó a la mujer; y dio a la mujer lo que le faltaba al hombre. Y, como [...] es obra de Dios, el matrimonio no es una dualidad, sino una trinidad: esposo, Dios y esposa. Dios, en medio, uniendo mediante la necesidad y el remedio, o mediante el dar y el recibir. (Gil, 1980: 15)


            La respuesta a la otra mitad faltante de nuestra vida descansa en la existencia cambiante de otra persona. Se instaura entonces el primer ardid fatal: para amar hay que salir de uno mismo y asumir que uno es el otro, y viceversa. Para acceder al encuentro con el amor se hace necesario hacer lo que hizo Dante en su afán por alcanzar a Beatriz: cubrir (o apartar) otras imágenes de culto (velación de Cristo en Viernes Santo) y beber las aguas del Leteo, el río del olvido, para suprimir la memoria que nos habla de nosotros mismos. Una vez despojados de nuestra individualidad, es cuando probamos las aguas del Eunoé, que nos eleva al éxtasis de una nueva religión. Por último, cuando el amante ha incorporado totalmente a la amada, sobreviene la muerte ‘física’ de la misma (Sábado Santo). Sin embargo, es una muerte en apariencia: la amada-Venus se ha convertido en un verdadero culto interno, invisible, trascendental (cf. Zolla, 1994: 121–122).

Con el amor de fusión, aunque pareciera que el espacio intersubjetivo se expande en detrimento del intrasubjetivo, amenazando así la homeostasis de la vida interior, en realidad lo que sucede es que la imagen interna que se tiene de la persona amada se ha agrandado excesivamente por dentro. En este sentido, es el espacio intrasubjetivo el que crece. Como siameses, uno depende del otro, sellando así un pacto de idealización, posesión e inmovilidad.

Sin embargo, el principal problema del amor de fusión es suponer que el ser humano requiere, para su cabal funcionamiento o plenitud, una misma cosa o persona de forma permanente. La naturaleza del hombre es, por el contrario, plural. El hombre requiere incorporar a su personalidad elementos distintos a sí mismo, en un proceso de ingreso que no tiene término. Siempre está incorporando, sumando, apropiándose de lo otro, expandiendo sus límites. Y es que los límites del hombre son, por definición, porosos, permeables, una piel u orilla eterna donde se dan concierto todos los futuribles. La sed de lo ajeno es lo que realmente conecta al hombre con el universo. La dinámica natural del límite es el equilibrio (movimiento esmeraldino) entre la constricción o retención (estado de diamante) y la expansión (estado de rubí).[1] Cuando esta fuerza natural se ve afectada o disminuida, devienen las enfermedades de la piel, del límite. Es por ello que los hombres “primitivos” consideraban que la muerte no era «más que una enfermedad de la piel» (Morin, 1994: 145).

Sin duda, es por medio del «continuo roce con lo otro [que la piel] da a luz la profundidad.» (Rodríguez del Camino, 1992: s/n). En este sentido, cuando existe un desequilibrio en la dinámica de la  incorporación humana, tiene lugar una ‘muerte simbólica’ del yo (entiéndase simbólica y no irreal). Es por ello que la relación amorosa exclusiva plantea, de antemano, una situación contraria a las disposiciones y necesidades del hombre. Amar pudiera ser el avivamiento de las cualidades del límite y no su delimitación fija.

            La exclusividad y fusión amorosas han querido verse como fenómenos enteramente naturales, apoyados en Dios y en la naturaleza. El testimonio de Dios sería de muy ambigua interpretación, y en ese caso el mundo animal ofrece una versión más accesible.

Como se ha comentado anteriormente, se ha deseado concebir nuestros vecinos de planeta como la confirmación más exacta de nosotros mismos. La reunión en parejas animales ha dado pie para formular las interpretaciones más acomodadas dentro de las concepciones del amor, según la cual macho y hembra, en el mundo salvaje, forman una unión estable de carácter esencial a toda vida sobre la Tierra. Sin embargo, los estudios zoológicos han comprobado la falsedad de esta premisa. Son abundantes, dentro del mundo animal, los casos de bigamia, trigamia y poligamia, así como la infidelidad y la elección por interés (Dröscher, 1984: 46, 363–364). Asimismo, se han conocido especies cuyos integrantes «terminan las relaciones» por «incompatibilidad» de caracteres. Incluso, la homosexualidad no ha escapado del plan divino (Ibídem, p. 49, 370). Si ciertamente existe la unión monógama estable dentro del reino animal, ésta forma parte de la gran diversidad que caracteriza al mundo y que lo hace verdaderamente habitable. En este sentido, el mito del amor nos hace hablar en lugar de los animales, adjudicándoles sentimientos que tal vez sólo sean nuestros.

            Asimismo, John Lennon, como agente multiplicador del amor mítico exclusivo, habla por nosotros. Aún muerto, y quizá aún más por eso, su mensaje se macera en nuestros oídos.

El límite enfermo: música, fusión y diversidad

            Lennon fue una de las figuras públicas que con mayor insistencia, sobre todo a partir de 1973, divulgó el concepto del amor fusional. Para él, el amor no era una interrelación o interjuego, sino una adición de mundos, o mejor, la sumatoria de los amantes. Ya en 1967 con Campos de fresas para siempre (Strawberry fields forever), Lennon no sólo deseaba mantener vivo a ese otro que encarnaba el ideal, lo soñado; sino que también quería encontrar un ‘doble’, un ‘otro yo’ internalizado por fusión, con el cual entrar en sintonía. Aunque se muestra algo dubitativo en relación con la auténtica necesidad de encontrar a ese tipo persona, más adelante desechará la duda y le otorgará un valor superlativo a la fusión de los amantes.



            Sin embargo, el sentido que Lennon le otorga a la fusión amorosa es bastante ambiguo, o mejor, inacabado. La canción Amor (Love), desarrollada a partir de una serie de anadiplosis (apreciables en el original inglés), sólo consigue concluir con la inconsistente premisa: «El amor es saber / que podemos ser.»[2] (Lennon, 1970: 7). Este abstracto existencial no parece aclarar mucho la situación. Lo único que parece mantenerse en pie de tal afirmación es el ‘nosotros’, la conjunción de los amantes. Pero tampoco esta palabra explicita el significado de la fusión. Es por ello que Lennon continúa preguntando: «¿Quiénes somos? / Oh, mi amor. / Oh, mi amor»[3] (Ibídem, c. 9). No se sabe a dónde conduce la fusión, ni su significado último, sólo la interdependencia sobrevive como rasgo esencial. Y ni siquiera eso, dado que “casualmente” en las canciones de Lennon no se nombra o explica la dependencia de la persona amada en relación con quien ama. El otro no parece necesitarnos, sino ofrecernos la posibilidad de apaciguar nuestros deseos. Esta sospecha se confirma al oír: «El amor es querer ser amado. / [...] El amor es pedir ser amado. / [...] El amor es necesitar ser amado.»[4] (Ibídem, c. 7).

            Lennon logra distanciarse, en varias oportunidades, del esquema fusional dependiente y entabla una conversación de igual a igual con su compañera. En estos momentos es cuando el oyente podría sentir que verdaderamente la persona amada a la cual Lennon hace referencia es una entidad real y tangible, con la cual es posible efectuar labores terrestres. Composiciones como Aguanta (Hold on) y Bueno, bueno, bueno (Well well well) (Lennon, 1970: 2, 8) parecen apuntar a esta dirección. La segunda explora áreas nuevas de la convivencia: «Nos sentamos y hablamos acerca de la revolución, / justo como dos liberales en el sol. / Hablamos de la liberación femenina / y de cómo coño podríamos resolver las cosas.»[5] (Ibídem, c. 8). Se establece una ‘conexión de compañerismo’, una comunicación entre iguales diferenciables.


Esta situación se confirma en la propia biografía de Lennon. Recuérdese que él y Ono llegan a realizar juntos álbumes, conciertos, encamadas, acciones corporales, películas experimentales, ruedas de prensa, ‘cartas a la humanidad’, y campañas para la paz. Y a pesar de que el prototipo de la pareja artista se consolida en la segunda década del siglo XX con figuras como Alexei von Jawlensky y Marianne von Werefkine (miembros del Blaue Reiter), y con los artistas visuales Alexandr Rodchenko y Varvara Stepanova (Montreynaud, 1998: 72–73), John Lennon y Yoko Ono son el ejemplo paradigmático de la pareja artista dentro del mundo pop-rock, así como de parte de la década de los sesenta y de todos los años setenta.

            Las ideas feministas infundadas por Yoko Ono están en relación directa con esta nueva perspectiva musical y vital de Lennon. A diferencia de Sulbarán, pensamos que Lennon no siempre fue feminista (Sulbarán y Tenshi, 1998), sino que gracias a Ono, paulatinamente abordó la feminidad desde nuevos derroteros. La mujer es la negra del mundo (Woman is the nigger of the world) (Lennon, Ono y Plastic Ono Band, 1972: I, 1) condensa esta actitud, aunque para aquel entonces Lennon no conseguía aplicar esas ideas a su vida práctica. Sólo en sus últimos años pareció haberlo logrado.




            En 1971 las composiciones de Lennon puntualizan el ‘asentamiento amoroso’, por el cual la vida del individuo y la de la pareja son indistinguibles una de la otra. Para este momento, Lennon ha encontrado esa persona que podía estar en su ‘árbol’ (tree),[6] sintonizada en la frecuencia exacta. La pareja ha conformado ‘su mundo’, otro mundo dentro de este mundo. Oh, mi amor (Oh, my love) viene a ser el canto fundacional de este logro. Recreando la terminología de Attali, el amante se ha convertido en lo que podríamos llamar un nómada virtual sedentario (cf. 1999: 238–239, 168–169), un ente afectivo que ya no quiere salir a este mundo o mundo fáctico para alimentarse de él. Los desplazamientos hacia el mundo fáctico los hace sin siquiera moverse. Junto a su pareja, el nómada sedentario amoroso apenas debe moverse para servirse del amor: el mundo sólo requiere el dedo índice para su funcionamiento y para complacer al individuo.
Este mundo-índice conforma un sistema básicamente cerrado y autosustentado. Así, el “nómada”, además de integrarse a un sistema de amor “a la mano” (el cual genera al amante obeso), se aleja del mundo y deja de explorarlo intensamente. Se opera un desnivel entre el mundo fáctico y el mundo virtual, atrofiando significativamente las relaciones entre ambos y los procesos de incorporación necesarios, produciendo de esta manera las enfermedades del límite, el enanismo afectivo. De allí la inmensa dificultad que el amante encuentra al regresar al mundo fáctico después de la ruptura amorosa: el paso por este mundo es algo por lo cual se agradece no experimentar mientras se es un nómada sedentario, repitiendo: «Todo está claro en nuestro mundo.»[7] (Lennon, 1971: 7).

            Ese amor “a la mano”, con todo su deseo de inmediatez, irá adquiriendo mayor estabilidad y firmeza gradualmente a lo largo de su carrera como cantautor, a medida que sus letras adquieran una mayor intimidad y se vayan transformando en canciones-lar. Dichas canciones están caracterizadas por la doble cualidad de: a) centinelas de la unión amorosa y del hogar; y b) enunciados apelativos concebidos dualécticamente, esposo-esposa.

 La canción-lar tiene su inicio en la reiterativa aseveración de Lennon: «Todo está claro en nuestro mundo»[8] (Ibídem). La formación de un espacio común como espacio único es el comienzo del amante obeso que llama a la amada en todo momento, como ocurre en ¡Oh, Yoko!, donde el deseo de inmediación (también de inmediatez) concibe una protomater integradora que sustenta, con su poder, el mundo índice: «Todo lo que sé es sólo lo que me dices. / Todo lo que sé es sólo lo que me muestras. / [...] Todo lo que tenía que hacer era decir tu nombre.»[9] (Ibídem, 1973a: 3).



A partir del elepé Juegos de la mente (Mind games, 1973), emerge la figura de la esposa (por ejemplo, De la nada) y se presiente el diálogo matrimonial que luego se desarrollará en los elepés Doble fantasía (Double Fantasy) y Leche y miel (Milk and honey): aún falta la voz de Yoko, pero Lennon va adquiriendo esa carga íntima y confesional (también sencilla, e incluso empobrecedora en algunos casos) que definirá la canción-lar de su última etapa.

            Tiempo de limpieza (Cleanup time) es una muestra emblemática de este tipo de composición. Los esposos, retraídos del mundo y «a bordo de la nave mágica / de la perfecta armonía»[10] (u hogar-círculo), desempeñan sus respectivos roles: «La Reina está en el despacho, / contando el dinero. / El Rey está en la cocina, haciendo pan y miel. Sin amigos y todavía sin enemigos.»[11] (Lennon y Ono, 1980: 3). Es directa la correspondencia biográfica con esta recreación del poema popular Canta una canción de seis peniques (Sing a song of sixpence) (Mother goose, 1949: 17). Cuando David Sheff le pregunta a Lennon en 1980 qué había estado haciendo desde 1975, éste responde: «He estado horneando pan y cuidando al bebé»[12] (Gurney, 1999). En efecto, Yoko Ono se había convertido en una mujer de negocios muy eficiente, y Lennon en un amo de casa consumado.

Durante cinco años, el eje organizador de Lennon fue su hogar, por ende, es comprensible que su producción musical se enfocara en la vida en pareja y en sus actividades diarias, desavenencias, reclamos y reconciliaciones. Las canciones-lar responden a un contexto extramusical determinado que hace pensar frecuentemente en su música como una suerte de crónica de vida o diario sintético (cf. Wolper y Solt, 1988).

            Por otra parte, es curiosa la inversión de roles presente en Tiempo de limpieza, sobre todo si se recuerda la canción Llora, nene, llora (Cry baby cry) que, doce años atrás, planteaba un intercambio similar: «El Rey de la Caléndula estaba en la cocina / cocinando el desayuno para la Reina. / La Reina estaba en la sala de recibo / tocando piano para los niños del Rey.»[13] (The Beatles, 1968: II, 28). Lo que en un momento pudo haber sido capricho o imaginación, incluso una ‘canción de trabajo’, reaparece bajo la correspondencia con la vida íntima del artista.

Por intuición o azar, Llora, nene, llora y Tiempo de limpieza trazan un hilo que, considerándolo de manera figurada, nos ofrece una imagen valiosa para nuestras reflexiones: la etapa Beatle manifiesta lo que se quiere ser; la etapa en solitario, lo que se logra ser. Esta categorización ciertamente se presta a confusión con composiciones como Imagina (Imagine), Envejece conmigo (Grow old with me), El hombre de ningún lugar (Nowhere man) y A través del universo (Across the universe). Las dos primeras, a pesar de ser de los años 1971 y 1980, respectivamente, podrían considerarse como pertenecientes al “primer movimiento” o “querer ser”, que correspondería a los años 1963–1970. Con las últimas dos canciones ocurre el caso contrario: aunque muestran procesos de toma de conciencia de lo que se ha llegado a ser, lo que correspondería al “segundo movimiento”, fueron escritas en 1965 y 1969, respectivamente.


Su etapa Beatle se define, grosso modo, por el optimismo y por una energía que podríamos calificar de “contagiante”, esa que otorga una sensación de poderlo todo, de ser capaz de, en algún momento, llegar a ser. Es el optimismo de quien está en la espera de sí mismo. Esta tendencia llega a su punto álgido cuando afirma que «No hay nada que puedas realizar que no pueda realizarse; / nadie que puedas salvar que no pueda salvarse. / Nada que puedas hacer pero puedes aprender cómo estar a tiempo. / Es fácil. / Todo lo que necesitas es amor.»[14] (The Beatles, 1987 [1967b]: 11).

Existen claras excepciones para este “primer movimiento”, entre ellas, Soy un perdedor (I’m a loser), ¡Ayuda! (Help!) y Tu blues (Yer blues) (The Beatles, 1992 [1964b]: 2; 1992 [1965a]: 1; 1968: II, 2), pero nos hemos expresado en sentido general al darle forma a esta categorización. Es preciso decir que las fronteras entre uno y otro “movimiento” son equívocas. Así, composiciones como Soy la morsa (I am the walrus) y A través del universo (Across the universe) (The Beatles, 1987 [1967b]: 6; 1987 [1970]: 3) constituyen escalas del “primer movimiento” donde Lennon formula ciertas definiciones de sí mismo y consolida algunos atributos que ya le son propios.



La primera canción supone la maduración de la personalidad musical de Lennon como Beatle; la segunda, la maximización del yo y la reafirmación de sus creencias orientales, puestas al punto en el estribillo «Jai Guru Deva OM», saludo grupal enseñado por el Maharishi Mahesh Yogi en 1968 (Panfile, 1996a). Asimismo, Imagina (Imagine) (Lennon, 1971: 1) es la formulación de la anulación superlativa del sufrimiento y de las pulsiones agresivas, una suspensión temporal de la humanidad, una que no muera ni acumule posesiones, en fin, una configuración utópica del hombre. Imagina es el optimismo empeñoso por un mundo que se piensa también está en la espera de sí mismo. Esta aspiración, a pesar de haberse compuesto en 1971, parece pertenecer al “primer movimiento”. Esto se deba quizá a que, en última instancia, es la maduración de los ideales formulados entre 1965 y 1967 y, siendo su punto más álgido, Lennon abandona el tema por el resto de su carrera. Podríamos decir que Imagina es su último deseo manifiesto de carácter colectivo. El último de índole personal fue poder ser uno con la persona amada, fundirse con ella hasta el paroxismo. Así se comprende que ambos “movimientos” funcionen simultáneamente.

            La convicción en el amor de fusión viene a imponerse en Un día (a la vez) (One day —at a time) (Lennon, 1973a: 4), balada en falsete que, haciendo uso de cuatro dicotomías alegóricas, pone de manifiesto la dinámica amorosa desarrollada en este punto de la trayectoria lírica de Lennon. Veámoslas detenidamente.

            Porque soy el pez y tú el mar. Matriz de agua. Se da vueltas en el mar o líquido amniótico. Se está seguro en la estructura de las olas, en el ritmo de la sal. Siempre imbuido en formas mayores, se está protegido por el armazón afectivo: el cuerpo del amor es la imagen-de-sentido, es el camino a uno mismo. Diluirse en las aguas es reintegrarse a la preexistencia, a la anhelada anulación del yo, para sobrevenir en una forma regenerada. Pero, ¿y si no se retorna a la superficie? ¿y si el otro (o el nosotros) no es el rejuvenecimiento de lo preformal y sí el estancamiento, la enfermedad del límite? A veces se puede morir en el vientre del universo. Pero también es posible salir a flote y resurgir, renovado, como alma individualizada. Se puede, gracias a la alquimia amorosa, ser una entidad diferenciable, crecer de pez a hombre.


            Porque soy la manzana y tú el árbol. Un inmenso vientre ramificado, el centro mismo de la tierra, extendido, hecho árbol. Es el principio femenino vuelto tronco o «tótem-flor» (Lozano, 1998). Se trata de la mismísima diosa-árbol que se despliega como «centro del mundo» y fuente inagotable de vida (Eliade, 1972: 262); esa que, alimentada de manera invisible por el cosmos, hace posible el milagro de la ‘manzana’, del hombre y del mundo ordinarios que, para quien ama, son lo mismo. El amante pende de la diosa-árbol como anexo de vida. Se respira por el cordón umbilical o pedúnculo de amor mientras sea posible.

             Ahora entiendo que soy la puerta y tú la llave. Hacerse agujero, túnel, un todo disponible, un tránsito, de nuevo, hacia sí mismo. Se es pura posibilidad. Apenas se es caminería o embrión. Sin embargo, la espera de sí mismo está emplazada en la persona amada; así, el amante-llave se convierte en el único medio de ejecución del proyecto personal e impone los límites al deseo amorfo. El amante enmarca y le otorga forma definitiva a la puerta y, sobre todo, fija el canal o cerradura que comunicará, en adelante, al individuo con el mundo. Por una cerradura única, quien ama se contempla. El otro es quien nos abre hacia nosotros mismos. ¿Y acaso el amor no es bidireccional o multidireccional? ¿Entonces, dónde está la persona amada? Como siempre, cuando no está ausente, se instaura para llevar a punto el desarrollo afectivo propio. ¡Hazme puerta, cerrojo y abertura! ¡Ámame!: hasta aquí llega la bidireccionalidad del amor. La angustia de que nadie nos abra, el temor de pararse y abrir la puerta uno mismo. Amar, realizarse, ser abierto, cuando, a fin de cuentas, «las puertas son iguales cuando se cierran» (Barreto, 1993: 69).

            Porque eres la miel y yo la abeja. Por último, viene la resurrección y el alma asciende llena de sí misma. No ya pez ni manzana ni puerta; es el tiempo de la cosecha. Soltarse de la matriz y ser puro self o abeja que, luego del viaje experiencial, produce el fruto esperado. Al fin se es individuo, aéreo y libre, y el arduo trabajo de la abeja da su recompensa. Pero es aquí donde sobreviene el asombro: la miel, símbolo del conocimiento y del Yo Superior (Michaud, 2000), resulta ser la mismísima persona amada. Una vez más la circularidad del amor se impone. Comerse la matriz para luego regurgitarla. No hubo alquimia auténtica: del plomo sólo se obtuvo, sin más, un amor-emético.




            Luego de un breve tránsito alegórico, comprendemos que Un día (a la vez) desarrolla, en cámara lenta, el proceso de construcción del amor en la obra de Lennon. La evolución pez-manzana-puerta-abeja apunta a una sola finalidad, la fusión por amor: «Cuando estamos juntos o cuando estamos separados, / no hay nunca un espacio entre el latido de nuestros corazones»[15] (Lennon, 1973a: 4). Para este momento de nuestras reflexiones, caemos en cuenta de la suspensión múltiple llevada a cabo en las composiciones del cantautor: tiempo, individualidad y límite se congelan en la unión amorosa.

            Después de la persona amada, parece formarse un vacío casi insalvable, y es que el amor de fusión tiene como problema principal la falta de imaginación. Sólo a través de esta virtud somos capaces de disolver y recrear, de hacer de lo ‘cosificado’ algo vivo. Es fundamental imaginarse una vida después de la persona amada, ejercitar los futuribles. Sin imaginación no hay regeneración de la personalidad. Ver más allá de los vínculos. Formar nuevas conexiones en nuestras mentes, y cada núcleo imaginario genera otro, resultando así una ‘enciclopedia de lo posible’ que rehabilita las cualidades del límite.

            No así, Lennon concebía el destino de su pareja y el propio como una misma fuerza, un transcurrir idéntico (quizá, una ‘enciclopedia de lo único’): «De todos modos, así tenía que ser: / dos mentes, un destino.»[16] (Ibídem, c. 7). Y no sólo el futuro está en función de la persona elegida, así también el pasado viene a ser el preparativo para el “gran amor”. El decurso vital del individuo sólo tiene sentido mientras desemboque en aquella persona que se erija como centro de la vida. El período comprendido entre el nacimiento y el encuentro amoroso es una espera de daños autoinfligidos o, en el mejor de los casos, un simple vagabundeo: «Toda mi vida ha sido un largo y lento cuchillo. / Nací sólo para llegar a ti. / De todas formas, sobreviví lo suficiente / para hacerte mi esposa.»[17] (Ibídem). De esta guisa, el amor parece disponerlo todo ab aeterno.

            En la obra de Lennon, el núcleo de la concepción fusional viene dado por el mito del andrógino. Aunque en un inicio fuimos seres completos en castigo por nuestra altivez hacia los dioses, hoy nos encontramos escindidos y estamos en la urgente búsqueda de nuestra “otra mitad”. El amor acusa un vacío congénito que nos acompaña desde la preexistencia y que comporta la desesperación por alcanzar la unidad. En la fusión no hay diálogo profundo ni ‘contrapunteo’;[18] por el contrario, se suplanta o suple uno con el otro, se funden dos soledades. Aristófanes, en El Banquete, de Platón, lo explica así:  

Cortada, pues, así en dos la humana naturaleza, se iba la una mitad hacia su otra mitad con ansias de unión, rodeándose los brazos en abrazo y en mutuo entrelazamiento, deseando nacerse otra vez en uno; y se morían de hambre y perecían de inanición por no querer una parte hacer nada sin su otra. (Platón, 1981: 34)

También Lennon, por lo menos durante largos períodos, se negaba a separarse de Ono siquiera un par de horas. Aunque más bien debemos creer que se trataba de una actitud permanente. Esta sospecha se ve corroborada en la canción Querida Yoko (Dear Yoko): «Aun si es sólo una hora, / me marchito como una flor apagándose.»[19] (Lennon y Ono, 1980: 12). El afán de inmediatez crece en sentido centrípeto: es el triunfo del amante obeso. En una oportunidad Lennon comentó en referencia a su relación con Ono:

No nos hemos separado por más de una hora en dos años. Lo hacemos todo juntos, y eso es lo que nos da nuestra fuerza. (“John Lennon quotes”, 1999)[20]


            El mito del andrógino —contenida en El Banquete— es la piedra angular para comprender la música amorosa de Lennon entre 1973 y 1980. Y no hemos realizado aquí una extrapolación; por el contrario, Lennon, además de lo que nos parece una suerte de “fascinación” por el amor andrógino como motivo musical en la última etapa de su carrera, estaba bastante convencido de que su relación con Ono era el resultado de este mito griego, de que eran dos mitades que desde siempre se pertenecían y que sólo buscaban la restauración de la Unidad mística. La portada del elepé Doble fantasía (Double Fantasy) muestra a Lennon y Ono en un beso de equilibrio perfecto, intocado. En realidad, esa conjunción representa la flor también llamada “doble fantasía”, encontrada por Lennon en Las Bermudas que, en un principio, le inspiró a componer las canciones de dicho disco. La pareja es una flor y como bien lo señala Hölderlin, toda flor es andrógina (fruto septenario: entre el 3 masculino y el 4 femenino) (cf. Zolla, 1994: 63, 142–143). Dentro de esta concepción andrógina, no resulta extraño que Lennon pensara que Ono «era él, travestida» (Hertsgaard, 1995: 224).

Con relación a su relación con Ono, el artista explica:

Antes de que Yoko y yo nos conociéramos, éramos media persona. Tú sabes que hay un viejo mito acerca de que la gente es una mitad y de que la otra mitad está en el firmamento, o en el Cielo o en el otro lado del universo o en una imagen especular.[21] Pero somos dos mitades, y juntos somos un todo. (“John Lennon quotes”, 1999).[22]




            Se supone una Caída, y nuestra labor se centra, básicamente, en enmendar el daño, en restituir el orden; de este modo, una culpa “necesaria” es heredada indefinidamente, imponiendo a todos por igual una “misión” que podría tornarse angustiante: millones de hombres y mujeres buscando hasta en la última rendija del mundo a su “media naranja”. Lennon expresó en Es tan difícil (It’s so hard) el peso de esta obligación social que, aunque posee sus momentos luminosos, muchas veces se vuelve fatiga o dolor: «Tienes que amar. / Tienes que ser alguien. / [...] Tienes que sentir algo. / Tienes que preocuparte. / [...] Pero es tan difícil. / Es realmente difícil. / A veces tengo ganas de dejarme caer.»[23] (Lennon, 1971: 4). El amor es un imperativo social, un supuesto “apodíctico”, porque qué repugnante o lastimoso aquel que no ama y que sufre de lo que se considera una atrofia vital. Incluso, se han impuesto en nuestra vida diaria grados óptimos y grados deficientes de amor, que nos impulsan a transitar un recorrido que se supone nos llevaría al éxito personal y al cumplimiento de un mandato divino o cósmico.

Sin embargo, en definitiva, hay que admitir que hay personas para quienes el amor tiene poca o ninguna relevancia, y para cuyo desarrollo personal este sentimiento o cumple una función más bien superflua o llega incluso a molestar. Asimismo, hay que darse cuenta de que no se trata de una capacidad innata, universal, traducible a todos los idiomas, como lo sugerían las pancartas tipo sándwich que los cuatro Beatles usaron públicamente en 1967, las cuales ostentaban la proclama «Lo que necesitas es amor», escrita en inglés, francés, español y alemán (ver fotografía en Dister, 1990: 80). Lo mismo, aunque en muchos más idiomas, se encuentra en el filme Submarino amarillo (Yellow submarine) editado en 1968, incluyendo a una cantidad mayor de culturas en una suerte de naturalización endulzada y juguetona (cf. Dunning, 1999). 

El amor, por el contrario, es una “actitud” susceptible, en ciertos casos, de ser desarrollada. No hay que confundir la “atracción social” (Eibl-Eibesfeldt, 1994: 4), común a todos y de origen filogenético, con el amor. El segundo, frecuentemente, sirve de justificación del primero, y en dicho hábito se genera la confusión entre ambos. Apoyado en la atracción social, puede erigirse el amor, aunque no en todos: en unos no es posible por falta de interés o por encontrarse el amor en oposición a las metas personales; en otros, porque el amor no encuentra lugar en su personalidad, cuya estructura es inadecuada para tal sentimiento. Para unos es inadecuado; para otros, absurdo. En la opinión de Ortega y Gasset,


el amor es un hecho poco frecuente y un sentimiento que sólo ciertas almas pueden llegar a sentir; en rigor, un talento específico que algunos seres poseen, el cual se da de ordinario unido a los otros talentos, pero puede ocurrir aislado y sin ellos. (1971: 21)[24]


            En nuestra opinión, el amor no es exactamente un “talento”, vocablo incierto que conduciría a una idealización innecesaria. Preferimos llamarlo “actitud”, es decir, una disposición psíquica o postura ante la vida. Amar, visto así, está al mismo nivel que el gusto por el trabajo, la sinceridad, el pesimismo o la vehemencia. El amor no es una cualidad incorporada a todos los hombres y para funcionar plenamente no se hace necesario emprender la búsqueda de nuestra “otra mitad” o esperarla indefinidamente. Más bien, el amor de fusión atenta contra la libertad, realización y regeneración humanas. Si todo es uno y uno es todo, no es posible una complementariedad auténtica, la cual sólo se da a partir de las diferencias.


            La indistinción constituye la base de la música amorosa de Lennon de este período. Estás aquí (You are here) es uno de los ejemplos más claros al respecto. De la diferenciación extrema, se produce la indistinción categórica. Se exalta la disimilitud para que la fusión sea un logro admirable. Fundir dos gotas de agua no representaría una hazaña. «El este es el este y el oeste es el oeste. / Los gemelos han de encontrarse. / El este es el oeste y el oeste es el este. / Déjalo completarse.»[25] (Lennon, 1973a: 10).

            Los contrarios no se comunican o relativizan, más bien, se funden en un todo, se amalgaman de tal manera que no hay “interlímites”. Los límites han sido extendidos por la deglución amorosa a tal punto que han quedado excesivamente tensos, enfermos. Si se sustrajera a la persona amada, los límites quedarían reducidos a una piel flácida e inerte. Amar es incorporar en nuestro sistema al otro o, mejor, lo que el otro simboliza. Deglutir, masticar, rumiar para incorporar; por eso en la fase pasional se insiste en “comer” al otro (“te quiero devorar”, “cómeme todo(a)”, y expresiones similares).

Sin embargo, una vez digerida la persona amada opera una especie de «alucinación negativa» (Green, 1970: 74) por la cual el individuo invisibiliza a la persona amada a pesar de actuar a partir de ella. Quien ama se trata a sí mismo como la persona amada lo trata, como una estructura encuadrante o superyó, porque ha asimilado tanto el ‘cuerpo esencial’ del amado que éste corre por sus venas, silente, hasta anidar en su centro afectivo. Al verso «tu espíritu me observa desde arriba, querida Yoko»[26] (Lennon, 1980: 12), habría que corregir y decir “desde adentro”. Al incorporar, invisibilizamos. Al hacer desaparecer, vivimos desde el otro: «Mi vida, tómala. / Es mía para dar, tómala. / Déjame vivir en ti».[27] (Ibídem, 1998: IV, 4). Y más adelante: «Sólo me tengo a mí mismo para liberarme. / Sólo me tengo a mí mismo para liberarme en ti»[28] (Ibídem). Y por último, se cierra con el paroxismo kitsch: «Mi vida, mi vida eres tú.»[29] (Ibídem).




            A veces da la impresión de que quien ama es un minusválido socarrón, dulce y simpático, que teme enfrentarse consigo mismo y que encuentra en el amor una vía comparativamente fácil de abordar su día a día y el misterio mismo que éste encierra. Si el amor es la posibilidad de «traspasar el umbral de la soledad», su reverso es «la soledad misma, irredimible» (Dagnino, 1999: 4). Cuando no es la soledad lo que nos mantiene unidos a la persona amada, no se hace necesario aferrarse a ella como condición sine qua non del sentido vital. En vez de capturarla dentro del puño, es posible “tenerla” en el dorso de la mano. Acompañar, no poseer, es el giro que el amor occidental se ha negado a realizar. Inevitablemente nos viene a la cabeza el estribillo de Lennon: «Oh Yoko, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca te dejaré ir.»[30] (Lennon, 1980: 12). Quizá sea inútil repetir que la posesión amorosa es un problema cuyo inicio se remonta a sus primeras composiciones, pero es importante resaltar que ésta se recrudece, paradójicamente, a medida que se dulcifica.

            Anclarse en el otro, confundirse en su materia, acoplarse en un ritmo único, ser un «machihembra» en un intento por alcanzar una satisfacción que es, en última instancia, imposible, «ya que el objeto deseado es ‘el objeto combinado’: [...] un macho hembra (padre vaginal) o una hembra macho (madre fálica)» que «se unen en un coito eterno, una lujuria eterna y un castigo eterno» (Marcuse, 1971: 83) porque se es, aunque no se quiera, un individuo.

Las fronteras son reales, palpables y necesarias y el hombre es hijo de ellas. Y es que nunca hubo Caída, y el apego al pecado original y a la división de la unidad son consuelos fatalistas e inhumanos. El tú y el yo, el aquí y el allá, lo mío y lo tuyo son categorías ineludibles y hasta agradables y satisfactorias. Es imperioso incorporar, expulsar, poseer y soltar, respetar la tensión ontológica; en caso contrario, sobrevendría la muerte. Por ello, la propiedad es parte de la verdadera libertad. Con lo mío, soy diferente a ti y tengo algo que ofrecerte y dispongo de un borde que puedes disfrutar. Hay que insistir en ello: la naturaleza del hombre es múltiple, y fundir todo en el todo no ayuda en nada al sano intercambio del límite humano.




Con relación a lo anteriormente expuesto, son interesantes los resultados de los experimentos llevados a cabo por Carole Ober en el Centro de Genética Médica de la Universidad de Chicago, según los cuales «dos cónyuges verdaderos son genéticamente más diferentes que si se hubiesen unido al azar» (Magnam, 1998: 54). Esto viene dado por la capacidad del hombre de distinguir, inconscientemente, las variaciones genéticas de las personas por medio de lo que se ha llamado el  olor del ADN, el cual es percibido por el órgano vomeronasal (ovn) ubicado en el sistema olfativo humano. De esta manera, el emparejamiento busca crear diversidad y generar «una descendencia susceptible de estar mejor adaptada a una futura modificación del entorno» (Claus Wedekind citado por Ibídem, p. 56; Chambon, 1998: 48).

A través de la historia, el cuerpo humano ha comprendido la necesidad de la multiplicidad y de lo distinto. El amor se levanta sobre una postura esencialmente diatópica, “afusional”, aunque no menos integradora. No así, la fusión es la búsqueda de la pureza (postura sintópica). Se anhela el grado más alto de pureza, es decir, de estrechez; sin embargo, «la pureza mayor», paradójicamente, «es la intemperie mayor» (Barreto, 1993: 63): si no incorporamos la diversidad del mundo, estamos indefensos ante nosotros mismos.

            La composición Canción Rishi Kesh (The Rishi Kesh song), escrita en 1980 e inédita hasta 1998, arroja luz sobre un momento singular dentro de la producción lírica de Lennon. En la opinión de DeCurtis, se trata de una sátira dirigida a George Harrison, se entiende, por su “ablandamiento krishna” y espiritualismo simplón (1998: 37). No obstante, si eso es así, la canción sería un “contraejemplo” del resto de su obra y de su propia biografía. Quizá no sea necesario negar que la canción haya sido pensada para Harrison, lo cual no impide que, en última instancia, sea también un canto a sí mismo.

Analizada desde esta perspectiva, la canción está en sintonía con las más profundas inquietudes que Lennon había estado cavilando sobre el amor.  Así, en un tono un tanto alegre, dice: «Todo lo que necesitas está aquí, / y todo lo que no está aquí, / no está allá. / Y aún falta algo en este plan de Dios Todopoderoso. / Puede que sea que necesites una mujer.»[31] (Lennon, 1998: IV, 13). Hasta acá podría confundirse con una sátira, pero sucede un cambio significativo de melodía y de tono, y con desconcierto y preocupación, confiesa: «Pero todavía algo está mal, / algo está mal, / algo está mal...»[32] (Ibídem), y un fade out deja irresuelto el asunto. Al parecer algo no terminaba de encajar dentro de la mente de Lennon. Todo lo que veía parecía ser todo lo que había. Todo estaba a la vista, pero no engranaba. Y es que el mito siempre es diáfano y trasluce el mundo, pero si se voltea de nuevo y se mira con detenimiento, algo ha sido robado y puesto de nuevo, aunque no exactamente donde estaba.




            Si hacemos una revisión de la obra de Lennon, nos damos cuenta de inmediato de que el tema del amor de fusión o pasión ‘ishq (amor-enredadera) (Ibn ‘Arabî, 1988: 23), tiene su origen en las primeras composiciones del cantante y que se va desarrollando progresivamente álbum tras álbum. Detengámonos un poco más en esto.

 

Amor-grito, amor de miedo

           
            Desde las primeras composiciones de Lennon, el temor a la soledad adquiere proporciones inquietantes. Su corpus musical, visto panorámicamente, ofrece la posibilidad de apreciar cómo, lentamente, fue tomando forma lo que podría llamarse la «antropofagia del amor» (Gutiérrez, 1999: 8).

 En Miseria (Misery), publicada en 1963, el individuo proyecta directamente su temor en la muchacha y desplaza su ansiedad hacia ella: «¿Cómo no puede darse cuenta de que ella va a ser la única, / única solitaria? / [...] Recordaré todas las pequeñas cosas que hemos hecho. / Ella recordará y va a ser la única, / la única solitaria.»[33] (The Beatles, 1992 [1963a]: 2). La muchacha, evidentemente, podría buscar a otro muchacho una vez consumada la ruptura; entonces, ¿porqué la insistencia en que ella tendrá que quedarse sola si decide abandonarlo? Prefiguran dos posibilidades: o el sentido posesivo del amante impide comprender la libertad ulterior a la ruptura (amor de dominio) o, a partir del miedo a abordar la soledad, el yo, bajo la presión social (superyó), en una distorsión paranoide de la realidad, atribuye al otro eso que desea excluir de su persona, en este caso, lidiar consigo mismo sin la compañía de la persona amada (amor de miedo). La reacción del amante en Miseria comporta, probablemente, ambas causas. El amor de dominio frecuentemente es amor de miedo, y viceversa.


            Sin el otro se es miserable (two foot small)[34] en una suerte de degradación apocalíptica que intuye el dolor por venir: «No la veré más. / Va a ser una carga. / Miseria.»[35] (The Beatles, 1992 [1963a]: 2). El pothos o deseo por el ser ausente (Barthes, 1990: 47) culpa al mundo por el dolor infligido e inevitablemente convierte al individuo en víctima del amor. La composición Mala conmigo (Bad to me) nos hace pensar en el amante como alguien dispuesto a hacer lo que sea con tal de mantener la homeostasis de la unión. Los deseos de la amada son suprimidos por la fuerza de la “pasión unilateral”: «Pero sé que no me abandonarás porque me lo dijiste, / y no tengo intenciones de dejarte ir.»[36] (Aldridge, 1998: 25). En otras palabras, aunque cambies de opinión, haré lo que desee.

El ‘monólogo de a dos’ es el más común en la primera etapa de Lennon. No se pretende descubrir sino más bien conquistar, poseer al otro: «Así que te digo, amiga mía, / que te atraparé; al final te atraparé. / [...] Bueno, voy a hacerte cambiar de parecer. / Así que podrías igualmente entregarte a mí.»[37] (The Beatles, 1988 [1962–65]: 5). En el amor, el mundo, silente, se entrega al amante; es capturado para ser deglutido. Se puede dar, incluso, como una predisposición imaginaria, el fantasear con que el mundo es aprehensible y que, por ende, no hay escisión.




            Saberse solo es saberse excluido de la unidad, indefenso, incoherente, sin interpretación; ésta la otorga la mirada del otro. Propulsado por este peligro, Lennon desea entregarse a la alteridad, pertenecer, integrarse al universo afectivo: «No pasará mucho tiempo / hasta que yo te pertenezca.»[38] (Ibídem, 1992 [1963b]: 1). Es preciso apuntar que, en esta primera etapa, el énfasis está siempre en la soledad propia y no en la ajena. En estas primeras creaciones, lo que hace deseable a la persona elegida es su compañía, su capacidad de expeler la soledad. Frecuentemente, se asume lo que Redfield denomina el «drama del pobre de mí» que hace de la persona una víctima, mientras captura, de forma sostenida, la atención del otro (1994: 146).

            Tanto No pasará mucho tiempo (It won’t be long) como Muchachita (Little child), son canciones eminentemente de baile; ésta, probablemente un relleno para el elepé Con los Beatles (With the Beatles, 1963); aquélla, con mucha más energía, abre con una explosión para luego cantar en un tono más bajo, acorde con el discurso ‘pobre de mí’.

Muchachita, con una letra terriblemente sencilla, pone de manifiesto tres acciones básicas: victimización, posesión unilateral, fugacidad excitante: «muchachita, ¿no bailarás conmigo? / Estoy tan triste y solo. / Nena, arriésgate conmigo. / [...] Cuando estás a mi lado, eres la única. / No corras y te escondas, sólo vente, vente.»[39] (The Beatles, 1992 [1963b]: 5). No se busca amor, sino excitación y satisfacción sexual; de allí la necesidad de cantarla como una canción rocanrolera, rápida, sugerente y con un tono de urgencia libidinal, de la misma forma en que fueron ejecutadas piezas como Retuércete y grita (Twist and shout) (Ibídem, 1992 [1963a]: 14), Por favor, compláceme (Please please me) (Ibídem, c. 7), y ¡Grita! (Shout) (Ibídem, 1995: II, 16). En la carrera de Lennon se pasa de la doble presencia de atracción sexual / amor imaginario, a enamoramiento sexual / amor de asombro para, por último, aterrizar en el amor de fusión. Es en el paso a la segunda fase cuando aparece, con plenitud, el tema del desamor o amor al ausente, tan propio del género pop-rock. 

La soledad es «un aspecto de la miseria [...], una condena a la muerte» (Attali, 1999: 315). La soledad es vergonzosa. Hay que cubrirla: el cuerpo de alguien es la materia ideal. Se ruega si es preciso; los resultados retribuirán los trances sufridos. El beneficio es propio y la compañía hará invisibles las suturas: «Bueno, te suplico de rodillas. / Si sólo escuchases mis ruegos; / ¿hay algo que pueda hacer? / porque no puedo soportarlo. / Estoy tan enamorado de ti.»[40] (The Beatles, 1992 [1964a]: 6). Estos versos de Dime por qué (Tell me why) parecieran recrear las reflexiones de René Nelli cuando anuncia: «La mujer masculinizada hace el amor, y el muchacho feminizado busca pruebas de amor» (1967: 61). Esta feminización, lamentablemente, más que ser el indicador de un cambio profundo en las relaciones entre los géneros, es una estrategia de adaptación del hombre para lograr sus objetivos en un nuevo contexto social: sabe que si no asume una nueva actitud, no conseguirá el favor de la muchacha.




            A su vez, la feminización del hombre es, por demás, un topos muy frecuente en toda la música pop-rock: la humillación e insistencia por amor ante una mujer indiferente viene a ser un estilema propio de aquella época y de la actual. La feminización del hombre y su sufrimiento amoroso conforman un sintagma cristalizado, explotado innumerables veces en la música de los años 50, contrariamente a lo que acontecía en los años 30, cuando las mujeres reclamaban dulzura y expresividad a los hombres (cf. Montreynaud, 1998: 152). Ahora son éstos los que se postran ante ellas esperando la salvación: «amor esperantista» (Girondo, 1999: 13). Esta inversión de roles no modifica el meollo del asunto: amar es suplicar, salir de uno mismo ante el temor, demandar atención, esperar la mirada integradora del otro, una mirada llena de poder. ¿No es un juego de poder? Ver suplicar, hincharse de puro dominio. Y también lo inverso, sentir el poder de hacer sentir al otro poderoso. Sin dominado, no hay dominador. 

            Se desea realizar el ‘salto cuántico’, pero ¿cómo? El abrazo es el gesto que resume la entrega y la posesión: «Abrázame fuerte, / déjame seguir amándote esta noche, / esta noche, haciéndote el amor sólo a ti. / [...] No sé qué significa abrazarte fuerte, / estando aquí solo esta noche contigo.»[41] (The Beatles, 1992 [1963b]: 9). El abrazo brinda la sensación de seguridad y coherencia  deseadas y es, además, el paso inicial hacia la fusión. También proporciona el poder esperado. Abrazar es el acto material de asir, es la antesala a la incorporación: ha comenzado, al fin, el verdadero “viaje amoroso”.  

            En julio de 1965, Lennon hace patente su temor a la soledad en la canción ¡Ayuda! (Help!), un grito angustiante que, paradójicamente, causaba alaridos de frenesí en los fans, quienes sostenían, durante los conciertos, carteles con inscripciones como «Te amo, John»[42] (cf. Wolper y Solt, 1988). En ¡Ayuda!

el mundo se ha ensanchado y se muestra diferente. La interioridad se ha expandido y la metamorfosis es dolorosa. Empezar a ser otro, asusta; abrirse por dentro, duele. (Useche, 1999c: 17)


            ¡Ayuda!, un híbrido de «contramelodía» y estructura «llamada-respuesta» (Hertsgaard, 1995: 119), lo cual intensifica la sensación de urgencia, además de ser la expresión del desconcierto que Lennon sentía con respecto a su vida personal y como Beatle (época Elvis obeso), permite dar con la ‘punta del carrete’: también se grita ayuda a partir de la necesidad de alguien que nos ‘objetive’ y nos proporcione seguridad. Buscamos el anclaje, la mirada del otro que nos delimita y en esa canalización nos da el placer:  «¡Ayuda!, necesito a alguien. / ¡Ayuda!, no a cualquiera. / ¡Ayuda!, sabes que necesito a alguien.»[43] (The Beatles, 1992 [1965a]: 1). Un par de versos más adelante, se nos hace ver más claramente de qué se trata: «Mi independencia parece desvanecerse en la bruma. / Pero de vez en cuando me siento tan inseguro. / Sé que simplemente te necesito como nunca lo he hecho antes.»[44] (Ibídem). A partir de esta prístina explosión, se irá sedimentando el amor por dependencia progresivamente hasta alcanzar su fuerza mayor en la época solista.


            Antes de ¡Ayuda! no había habido, en Lennon, un llamado al mundo tan claro y urgente; tanto es así, que se podría considerar el ‘grito fundacional’ de la toma de conciencia de la soledad propia y de la escisión entre el mundo y el ‘yo’. Canciones como Ocho días a la semana (Eight days a week) (The Beatles, 1992 [1964b]: 8), ¡Espera! (Wait!) (vv.1–4)[45] (Ibídem, 1992 [1965b]: 12) y Con una pequeña ayuda de mis amigos (With a little help from my friends) (vv. 8-9, 13–16),[46] expresan la aspiración de amar y ser amado por un otro indeterminado. Esta idea a priori contradice la exaltación de la persona amada por lo que es (vv. 8–9, de Abrázame fuerte).[47] Después de no importar quién venga, se pretende engrandecer la relación apelando a la singularidad de la persona elegida.    

Amor derrumbado: dolor y sacrificio


            Sin duda, en Occidente un amor sin dolor no es amor verdadero. Es imperioso sufrir, desgarrarse. El llanto, la angustia, la congoja, la culpa, la humillación, la melancolía y el castigo autoinfligido, son ingredientes fundamentales para su conformación definitiva. Por lo menos hay que preocuparse, mostrar de vez en cuando una mínima turbación. Un amor despreocupado y sin una muestra de angustia o dolor no convence mucho. O, en el mejor de los casos, se piensa que no ha demostrado su íntimo potencial, sin más, no se ha constituido en un amor ‘real’ (tampoco en uno ‘realista’). Pasar por las “malas” y soportar con cierto silencio el dolor propulsa a la pareja a su realización, a la comprobación efectiva de sus sentimientos. Es como la “marca de aprobación”, la firma gubernamental que nos hace sonreír, conmovidos, frente a la persona amada.

Sufrir supone la vía más rápida y segura de madurar y descubrir los aspectos profundos de nuestra psiquis. Aunque parezca contradictorio, la felicidad es dolorosa. Casi diariamente se nos exige comprender que «Al alba sólo puede llegarse por el sendero de la noche» (Jalil Gibrán, 1995: 74). El dolor se piensa como un botón de flor, tímido y en espera, que, al abrirse, nos ofrece, al fin, la plenitud de «la primavera del sufrimiento» (Surun Kevät) (Meriluoto, 1986: 219). Dolerse para amar, para iluminarse. Sobre todo, para ser realmente humanos. El dolor es una forma de conocimiento, de revelación: «El más puro padecer trae y acarrea más puro entender» (San Juan de la Cruz, 1991: 60). El dolor nos indica que alguien no es indiferente o cruel. Incluso, es el guía en nuestra selección de amistades y parejas: sólo aquellos que sepan sufrir son merecedores de nuestra confianza y lealtad. En este sentido, se impone la premisa: si yo estoy mal, tú deberías estarlo, y viceversa. Ciego conduce a ciego.  



Se confunde, con más frecuencia de la imaginada, el dolor con el interés. Si la persona amada no siente nuestro dolor, tendemos a asumir que ha dejado de poner sus ojos en nosotros y que poco le importamos. La materialidad e inmediatez del amor ponen en tela de juicio el valor superlativamente espiritual que se le ha asignado. Por el contrario, es mucho más terrestre de lo que se piensa. Si no vemos, no creemos. De allí el sentido de las lágrimas y de las contorsiones, espasmos o enfriamientos del rostro y toda la prosodia del desajuste. El amor se vuelve pura materia, sustancia palpable, mensurable, susceptible de ser confirmada. Realmente no buscamos en la «ultrafania»[48] ni en lo intangible, sino en la anatomía básica, en la experiencia matérica e inmediata.

Rougemont estaba en lo cierto. El amor plenamente feliz no tiene historia (1981: 16). Sin cesar, se proyectan en las salas de cine tramas de amor desdichadas, cuasiépicas. Se reproduce a un ritmo vertiginoso una gama amplísima de best-sellers llenos de pasión y desgarro. La industria de la telenovela sufrida es un emporio en expansión. No es gratuito que nuestra vida cotidiana esté “amueblada” en todo momento por canciones de desamor y convulsión afectiva. El dolor nos llega ya interpretado y empaquetado. No hay que leer instrucciones, porque el paquete es un instructivo en sí mismo. Se aprende cómo dolerse, también en qué momento y por cuánto tiempo; por eso, «una lágrima es una cosa intelectual» (Blake citado por Morris,1996: 40).
 
              Aunque para sentir no sea necesario pensar el sentimiento, es notable la angustia y el desconcierto que se experimenta cuando no se sabe qué es lo que se siente, cuando no se tiene un concepto o una palabra que explique lo que sentimos. Parece ser indispensable una figura de poder que nos otorgue una estructura y un sentido completo del mundo, «un héroe palpable o un sabio superior, un Führer» (Jung, 1964: 220). Solicitamos un alguien o algo que encarne el poder, una protoimagen que articule y nombre nuestro deseo. También que le dé forma a nuestra individualidad. Sin esta figura paternal, nos azuza lo incierto y perdemos los referentes que nos mantenían estructurados. Lennon, en cierto momento, ante la pérdida del centro organizador y etiquetador de sus afectos, queda totalmente desorientado: «¿Cómo puedo tener sentimientos cuando no sé si es un sentimiento? / ¿Cómo puedo sentir algo si simplemente no sé cómo sentir? / [...] ¿Cómo puedo dar amor cuando no sé qué es lo que estoy dando? / ¿Cómo puedo dar amor cuando simplemente no sé dar?»[49] (Lennon, 1971: 9). Sentir y verse sentir, como dos gemelos que intentan abrazarse: siempre uno de los dos se hace invisible.

Retomando la idea del dolor, podemos decir que la música de John Lennon guardó en su centro, hasta el último momento, la conmoción producida por este sentimiento. Desde el primer elepé, es evidente que la aflicción ocupaba un sitial distinguido. Durante la etapa Beatle abundaron las canciones de desconsuelo, entre ellas, No pasará mucho tiempo (It won’t be long), No una segunda vez (Not a second time), Dime por qué (Tell me why), Sin respuesta (No reply), La nena está de negro (Baby’s in black) y Un boleto para irse (A ticket to ride) (The Beatles, 1992 [1963b]: 1, 13; 1992 [1964a]: 6; 1992 [1964b]: 1, 3; 1992 [1965a]: 7).

           Los celos, los engaños y el abandono recorren firmemente el tejido musical hasta 1965; a partir de allí, el dolor se disuelve y queda reducido a fibras esparcidas. Al disiparse el tema amoroso, es de esperar que ocurra lo mismo con el desamor. Tu blues (Yer blues) conforma el último bastión de la pena de la época Beatle; Dos minutos de silencio (Two minutes silence), el primer esbozo fantasmal de la aflicción, perteneciente a la transición Beatles-Ono (The Beatles, 1968: II, 2; Lennon y Ono, 1997a [1969]: 4). En su carrera solista, el dolor reaparecerá con nuevas fuerzas.

Básicamente, en un primer momento, el abandono es la causa del dolor. No se acepta la soledad y se la desea a la amada ausente como en Miseria: que el otro sufra, no yo. La pérdida es una carga irremediable; todo parece ser una zancadilla del destino, un acto perverso del mundo. Luego viene el cuestionamiento, la posible culpa y la repetición de su nombre, el llamado actuoso, el cuasigrito. Finalmente, sobreviene la paralización, el agotamiento total o nuhûl (Ibn ‘Arabî, 1988: 32), por el cual no se concilia el sueño y se llega a un estado de debilidad tal que, aunque se desee, no es posible llorar. Este es el caso de la canción Digo tu nombre (I call your name) (The Beatles, 1988 [1962–65]: 11), la cual establece la fijación de la energía psíquica en un solo ángulo. No se piensa en más nada, en más nadie, la imagen del amado se agiganta, y el no poder olvidar oculta el no poder dejar de aferrarse.




              Y si no es la propia imagen del amado, cualquiera de sus atributos u objetos relacionados sirven de anclaje y tortura. En Sí, lo es (Yes, it is) (Ibídem, c. 17) la ropa escarlata trae el recuerdo del ausente, uno que se impone de tal manera que impide que el individuo establezca cualquier otra relación. No se está ni con una ni con la otra. Suspendida, la persona se hace exangüe en el dolor psíquico.

No hace falta exagerar.Estoy sangrando ahora.Estoy sangrando ahora.Trazumando,chorreando,grito silente de la mesa. (Lennon, 1998: IV, 23)[50]


             Quien ama se vuelve enjuto de puro padecimiento, toda su humedad (sangre) es transpirada. Se pierde el aliento vital. Toda la energía de la psiquis es vaciada para envolver y proteger la efigie del amado, quien adquiere proporciones desmesuradas. Tanta energía ha sido invertida, que el individuo queda paradójicamente lleno de vacío, se vuelve “nada”, se “cosifica”. Quien se duele es un perverso que se ignora y se vuelve objeto (mesa). Sobreviene el grito pero éste no es sonoro dado que no es una espiración sino una aspiración. Una “hemorragia interna” es producida por la aspiración o vaciamiento violento de las entrañas o de la energía psíquica (cf. Nasio, 1998: 185). En el grito silente toma lugar un hemorragia hacia adentro, un desangre rebobinado: la boca se congela y se “deserotiza”.

«Alguien, por favor, por favor, que me ayude. / Sabes que me estoy ahogando en un mar de odio.»[51] (Lennon, 1974: 1). ¿A quién se odia? ¿A quién se llora? ¿A sí mismo? ¿Al otro? Diez años antes, Lennon ya se había preguntado: «¿Es por ella o por mí mismo que lloro?»[52] (The Beatles, 1992 [1964b]: 2). ¿Qué perdemos cuando perdemos al otro? Ciertamente perdemos el centro organizador de nuestro deseo y nuestra consistencia psíquica usual. El objeto amado no es una meta que se alcanza por medio de un tránsito lineal sin desviaciones o circunvalaciones. Más bien es el centro alrededor del cual el deseo gira, se aproxima, se distancia y adquiere ritmo propio. Así, por más extraño que parezca, la persona amada, al ser el núcleo de atracción es la insatisfacción misma. A mayor deseo, mayor insatisfacción, y también lo contrario: cuando disminuye la insatisfacción, el deseo se vuelve flácido y se debilita. El otro es un vacío centrípeto que nos habita y que impide que el deseo enloquezca, lo cual produciría un profundo dolor. De este modo, aquel que más amamos es quien más nos insatisface.


          En este sentido, amar es desear. El individuo, al no poder desear todo, en la persona elegida canaliza su deseo y el otro lo protege de sí mismo. En realidad, ni siquiera es la persona amada quien lo hace, sino su imagen, esa que el individuo va construyendo desde el primer encuentro amoroso. El otro es una imagen mixta, compuesta por fragmentos que le son propios y otros que le son adjudicados. Lo componen fragmentos móviles que forman una imagen pocas veces clara, y en la cual quien ama ve al otro y a sí mismo simultáneamente en un vértigo especular inconsciente.

Sobre la imagen del amado constantemente vamos efectuando intervenciones. Amar es armar, ensamblar, también maquillar, disimular los rasgos desagradables, inciertos o peligrosos del otro. En el ensamblaje amoroso, los «valores literales» son abolidos para ser sustituidos por «valores tónicos», subjetivos (cf. Dimitriades, 1990). Este amor-collage es un requisito previo y simultáneo a la incorporación o deglución amorosa. Aunque nos afanemos en el acto sexual en devorar al otro, sólo terminamos comiéndonos su imagen.
Lo que perdemos tras la ruptura es la imagen del otro, su mapa-fantasma soldado a nosotros. De allí que aún después de consumirse la relación, la persona siga sintiendo al ausente como un miembro fantasma, un dolor agudo ubicado en el vacío, en el deseo descontrolado, que ha perdido su centro organizador y que se mueve bruscamente dentro del individuo:

Nuestro partenaire, el ser de nuestro amor, nos insatisface porque, al excitar nuestro deseo, no puede —en última instancia, ¿tendría los límites?— no quiere satisfacernos plenamente. Como es humano, no puede y, al ser neurótico, no quiere [...]. Sabe excitarme, procurarme un goce parcial y, con ello, dejarme insatisfecho. Así crece esta insatisfacción que me es necesaria para vivir y que resitúa mi deseo. (Nasio, 1998: 44-45)

            Cuando nos dolemos, lo que duele no es la separación sino el aferrarse al otro, y más que eso, la pérdida del amor propio que el otro hacía posible en nosotros. De este modo, cuando se pierde el amor, se instaura el odio. El dolor, por un lado, emerge de un ‘yo primitivo’ herido, escindido, dado que en el amor de fusión la separación de los siameses genera un dolor sustancial, atávico. Y, por otro, el dolor encubre la agresividad contra el ser amado y contra sí mismo, una agresividad que encierra, a un mismo tiempo, un doble movimiento de idealización y desvalorización. En este proceso, quien ama parece decir:

Lo amo [...], pero aun más lo odio; porque lo amo para no perderlo, lo instalo en mí; pero porque lo odio, este odio en mí es un yo malo, soy malo, soy nulo, me mato. (Kristeva, 1997: 15)


            Lo expuesto anteriormente es válido para todos los objetos de amor, incluyendo el Amor mismo. Por ello, es comprensible la agresión autodirigida que Lennon realiza en canciones como Asustado (Scared), en la cual, viendo que el ideal del amor colectivo no ha resultado ser como se esperaba, y que incluso ha sido una práctica evasiva, el cancionista se consume en el dolor psíquico y el odio a sí mismo (también en el odio al Amor)[53]: «El odio y los celos van a ser mi muerte. / Creo que lo supe desde un comienzo. / Cantar acerca del amor y la paz: no quiero ver la carne roja y cruda. / La maldición ojiverde directa de tu corazón»[54] (Lennon, 1974: 6).

Con este gesto de ira, en la música de Lennon algo se extravió y no volvió a conseguir su lugar. Sobrevino la nostalgia (elepé Rock’n’roll, Lennon, 1975) y luego un silencio durante cinco años. A su regreso, una mueca doble, luminosa y amarga a la vez, surgía de sus composiciones: «No tengas miedo. El señor Hyde, él realmente se ha ido. / No regresará hasta la próxima luna llena».[55] Se impone la ironía sobre lo grotesco interno y sobre aquello que no se ha logrado resolver. Mientras volvía a sonreír, la boca se llenaba de resignación: «Voy a salir a divertirme. / Si no te da la gana, no lo tienes que hacer. / Simplemente deja un mensaje en el teléfono / y mándalos al carajo. / Después de que todo está dicho y hecho, / no puedes ir por ahí complaciendo a todo el mundo. / Así que...¡jódanse!».[56] También la sonrisa se le llena de imposibilidad y frustración: «Todos hablan y nadie dice una palabra. / Todos hacen el amor y a nadie realmente le importa».[57] Por último, Lennon fue abaleado por las trampas del amor y de la fama.




[1] Para una explicación sobre la simbología de las piedras arriba citadas y su relación con el adepto religioso o amoroso, ver E. Zolla, La amante invisible. La erótica chamánica en las religiones, en la literatura y en la legitimación política, p. 124.
[2] Original en inglés: «Love is knowing / we can be.»
[3] Original en inglés: «Who are we? / Oh, my love.  Oh, my love.»
[4] Original en inglés: «Love is wanting to be loved. / […] Love is asking to be loved. / […] Love is needing to be loved.»
[5] Original en inglés: «We sat and talked of revolution, / just like two liberals in the sun. / We talked of women’s liberation / and how the hell we could get things done.»
[6] Ver Anexo, p. 235.
[7] Original en inglés: «Everything is clear in our world.»
[8] Original en inglés: Ibídem.
[9] Original en inglés: «All that I know is just what you tell me. / All that I know is just what you show me. / […] All I had to do was call your name.»
[10] Original en inglés: «aboard the magic ship / of perfect harmony.»
[11] Original en inglés: «The Queen is in the counting home, / counting out the money. / The King is in the kitchen, making bread and honey. No friends and yet no enemies.»
[12] Original en inglés: «I’ve been baking bread and looking after the baby.»
[13] Original en inglés: «The King of Marigold was in the kitchen / cooking breakfast for the Queen. / The Queen was in the parlour / playing piano for the children of the King.»
[14] Original en inglés: «There’s nothing you can make that can’t be made; / no one you can save that can’t be saved. / Nothing you can do but you can learn how to be in time. / It’s easy. / All you need is love.»
[15] Original en inglés: «When we’re together o when we’re apart, / there’s never a space in between the beat of our hearts.»
[16] Original en inglés: «Anyway, it had to be: two minds, one destiny.»
[17] Original en inglés: «All my life’s been a long slow knife. / I was born just to get to you. / Anyway, I survived long enough to make you my wife.»
[18] Para una aplicación de la noción de complementación o ‘contrapunteo’ en la música, ver: C. Fregtman (con la colaboración de E. Gismonti), Música transpersonal. Una cartografía holística del arte, la ciencia y el misticismo.
[19] Original en inglés: «Even if it’s just an hour, / I wilt just like a fading flower.»
[20] Original en inglés: «We haven’t been apart for more than one hour in two years. Everything we do is together, and that’s what gives us our strength.»
[21] Entiéndase el efecto de complementariedad que resulta del reflejo en los espejos: el lado derecho del original se refleja en el izquierdo y viceversa.
[22] Original en inglés: «Before Yoko and I met, we were half a person. You know there’s a old myth about people being half and the other half being in the sky, or in heaven or on the other side of the universe or a mirror image. But we are two halves, and together we’re a whole.»
[23] Original en inglés: «You got to love. / You got to be somebody. / […] You got to feel something. / You got to worry. / […] But it’s so hard. / It’s really hard. / Sometimes I feel like going down.»
[24] Las cursivas pertenecen al texto original.
[25] Original en inglés: «East is east and west is west. / The twain shall meet. / East is west and west is east. / Let it be complete.»
[26] Original en inglés: «Your spirit’s watching over me, dear Yoko.»
[27] Original en inglés: «My life, take it. / It’s mine to give, take it. / Let me live in you.»
[28] Original en inglés: «I’ve only myself to loose. / I’ve only myself to loose in you.»
[29] Original en inglés: «My life, my life is you.»
[30] Original en inglés: «Oh Yoko, I’ll never, ever, never, ever, never let you go.»
[31] Original en inglés: «Everything you need is here, / and everything that’s not here, / is not there. / And yet there’s something missing in this God Almighty plan. / Could it be you need a woman.»
[32] Original en inglés: «But still somethin’ is wrong, / somethin’ is wrong, / somethin’ is wrong...»
[33] Original en inglés: «Can’t she see she’ll be the only one, / lonely one? / […] I’ll remember all the little things we’ve done. / She’ll remember and she’ll be the only one, / lonely one.»
[34] Two foot small y no two feet small, siguiendo la canción Tienes que esconder tu amor (You’ve got to hide your love away). Oír: The Beatles, Help!, c. 3.
[35] Original en inglés: «I won’t see her no more. / It’s gonna be a drag. / Misery.»
[36] Original en inglés: «But I know you won’t leave me ‘cos you told me so, / and I’ve no intention of letting you go.»
[37] Original en inglés: «So, I’m telling you, my friend, / that I’ll get you; I’ll get you in the end. / […] Well, I’m gonna change your mind. / So you might as well resign yourself to me.»
[38] Original en inglés: «It won’t be long / ‘till I belong to you.»
[39] Original en inglés: «Little child, won’t you dance with me? / I’m so sad and lonely. / Baby, take a chance with me. / […] When you’re by my side, you’re the only one. / Don’t run and hide, just come one, come on.»
[40] Original en inglés: «Well, I beg you on my bended knees. / If you’ll only listen to my pleas; / is there anything I can do? / ‘cos I really can’t stand it. / I’m so in love with you.»
[41] Original en inglés: «Hold me tight, / let me go on loving you tonight, / tonight, making love to only you. / […] Don’t know what it means to hold you tight, / being here alone tonight with you.»
[42] Original en inglés: «I love you, John.»
[43] Original en inglés: «Help!, I need somebody. / Help!, not just anybody. / Help!, you know I need someone.»
[44] Original en inglés: «My independence seems to vanish in the haze. / But ev’ry now and then I feel so insecure. / I know that I just need you like I’ve never done before.»
[45] Ver Anexo, p. 223.
[46] Ver Anexo, p. 236–37.
[47] Ver Anexo, p. 193.
[48] Se entiende por “ultrafania” la luz del más allá generada por las radiaciones de las “noǔres” o corrientes del pensamiento. Ver P. Ubaldi, Las noǔres, p. 1.
[49] Original en ingles: «How can I have feeling when I don’t know if it’s a feeling? / How can I feel something if I just don’t know how to feel? / […] How can I give love when I don’t know what it is I’m giving? / How can I give love when I just don’t know how to give?»
[50] Original en inglés: «No need to over do it. / I’m bleeding now. / I’m bleeding now. / Oozing out, / dripping down, / table’s silent shout.»
[51] Original en inglés: «Somebody, please, please, help me. / You know I’m drowning in a sea of hatred.»
[52] Original en inglés: «Is it for her or myself that I cry?»
[53] Otro objeto amoroso al cual les son aplicables estas consideraciones es la madre misma. Para ello, óigase canciones como Madre (Madre) y Mi mamita está muerta (My mummy’s dead). Recuérdese la estrecha relación que se establece en la vida y obra de Lennon en el paradigma madre-Ono-mundo. Oír J. Lennon, John Lennon / Plastic Ono Band, c. 1, 11.
[54] Original en inglés: «Hatred and jealousy gonna be the death of me. / I guess I knew it right from the start. / Sing out about love and peace: don’t wanna see the red raw meat. / The green eyed goddamn straight from your heart.»
[55] Original en inglés: «Don’t be afraid. Mr. Hyde, he’s really gone away. / Won’t be back till next full moon.»
[56] Original en inglés: «I’m stepping out. / If it don’t feel right, you don’t have to do it. / Just leave a message on the phone and tell them to screw it. / After all is said and done, you can’t go pleasin’ everyone. / So…screw it!»
[57] Original en inglés: «Everybody’s talking and no one says a word. / Everybody’s making love and no one really cares.» 



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