Alejandro Useche
Xx de 20 es un enclave artístico venezolano que prima la diversidad de medios de expresión, la experimentación progresiva y el carácter dinámico de su organización interna. No están supeditadas a un manifiesto ni a ideas fijas. Prefieren apostar a las coincidencias y contrastes, a los paralelismos y correspondencias. Precisamente por su heterogeneidad expresiva, las funciones y géneros visuales suelen ser híbridos. De este modo, se suceden cruces entre escultura y joyería, poesía y objeto, dibujo y tejido, vitral y escultura, arte objetual y fotografía, cerámica e instalación, vidrio y 'representación pictórica', entre otras combinaciones. Podría afirmarse que sus exposiciones son puestas en escena de la integración de las artes.
En esta oportunidad, Xx de 20 se apropia de los espacios internos y externos de La Casa de los Arcos para discurrir en torno a la naturaleza como casa y como espacio de polaridades dinámicas, a decir, vida y muerte, fin y esperanza, orden y juego, elevación y descenso, lugar para el diálogo con los seres animales, vegetales o minerales o, por el contrario, para el monólogo y la indiferencia. Así, la agrupación explora diversos aspectos o dimensiones de la relación del ser humano con su entorno natural, creando un circuito complejo, pleno en tensiones y sincronías.
En el recorrido expositivo, es Luisetta Vozza quien mejor desarrolla la idea de la casa a partir de una instalación cerámica que representa el hogar del insecto como morada expansiva, invasora y adaptada al espacio, que funciona como metáfora de la experiencia humana con respecto a su habitar en el mundo. Si bien re-crea los vínculos entre insecto y hombre, también constituye un símbolo de la lugarización humana. Scarlet Canache, por su parte, ofrece una obra de corte simbólico abocada a la reconstrucción de los inicios de la vida. En este sentido, la artista ha organizado una escultura de progresión totémica, donde los diferentes elementos se unen en una forma ascendente, rematada por la presencia de un 'huevo cósmico' como indicio de lo germinal presto a la expansión y al crecimiento. La naturaleza aquí es benéfica y plena.
A su vez, Mariela Quilelli ofrece también dos obras de temperamento simbólico: dos esculturas que organizan una visión polar de la vida natural. Los opuestos, a decir, lo vivo y lo consumado, la elevación y la caída, lo bruto y lo acabado, la luz y la oscuridad, se unen o suturan en imágenes que evidencian el empleo de los códigos de joyería. El mundo es ahora un asunto de complementariedad.
Por otro lado, Francisca Asunción concibe la naturaleza como un juego de 'esquemas rítmicos' ligados a lo natural a partir de patrones tejidos en la superficie agujereada, formando geometrías fundamentadas en esquemas visuales de juegos populares. Esta imagen se articula con elementos vegetales vegetales adheridos. De esta forma, se entiende que la naturaleza es la combinación de ritmos y, por ende, también un juego. Asimismo, sus papagayos, que flotan entre los árboles de La Casa de Los Arcos, nos remiten a lo lúdico como libertad y evocación de la infancia. El universo es, en el caso de Asunción, un juego en cuanto iniciación. Por su parte, Susana Potente propone una 'instalación poética' que entiende el agua como nacimiento, vitalidad y emotividad. Igualmente, este elemento se imagina en su acepción femenina, procreadora e, incluso, sensual. Esta poética elemental es un agradecimiento por la vida.
La piedra es la materia regente de la obra de Hortensia Tinedo, quien trae dos planteamientos. El primero es una suerte de 'altar lítico' que funge de centro sagrado que celebra el carácter eterno, impenetrable y enigmático de dicho material. Sin embargo, las piedras empleadas poseen dos funciones: por un lado, como paisaje silueteado y, por otro, como microtopografía proyectada: la artista aprovecha las vetas y superficies de la piedra para trazar dibujos incompletos y evanescentes que evidencian lo que ya estaba en el material. La naturaleza es para Tinedo una presencia perfecta y misteriosa, un silencio sobre el que se dibuja o imagina. El segundo es una obra de orden conceptual que muestra dos piedras disjuntas que son la metáfora de una ruptura social profunda: aquella generada por el deslave acontencido en el estado Vargas en el año 1999.
En este orden de ideas, Beatriz Nones es quien desarrolla en sus dos piezas la perspectiva social con mayor evidencia, recurriendo a estrategias alegóricas. Una urna-cuna de vidrio es el lugar de la muerte y de la resurrección, de la ausencia y de la esperanza. Con sus varas rematadas en orquídeas fotografiadas con fondo tricolor, la imagen es un enunciado sociopolítico, pero también psicológico y filosófico: la nación es un lugar de fuerzas opuestas que afectan a todos por igual. La flor, frágil pero vertical emerge de las cenizas. La segunda obra de Nones funciona desde la identificación afectiva con Lucky, la elefanta del Zoológico Las Delicias, cuyo aislamiento y salud débil, han motivado a la artista a producir una 'familia virtual' para este animal. A partir de la manipulación plástica de una misma fotografía, Nones 'clona' un núcleo familiar, repara en lo icónico lo que en lo social es pura indiferencia política y ausencia (prolongada, siempre en el mismo cuadrado que describen las cercas del zoológico). En consecuencia, naturaleza y política descubren sus vinculaciones.
Ana Nóbrega, por otra parte, reflexiona sobre el petróleo no tanto como elemento natural o formación asombrosa de la tierra, sino como 'imagen politizada'. Este aguafuerte ploteado sufre una interrupción que se sutura con estambre de modo precario y con un sentido dibujístico-artesanal. Así, este quiebre visual es un modo figurado de denunciar una rotura social. El petróleo es, entonces, un elemento de separaciones y uniones, de discursos y silencios, de heridas y miserias (la ruptura como zanja, como perforación de la tierra, pero también como horadación del cuerpo social). Por ello, es, sin duda, un símbolo de alcance colectivo. De igual modo, Margarita Sierra nos confronta con el aniquilamiento del medio natural, con la herida, ya no en la tierra, sino en el agua. Es la imagen del pez la que propulsa su proceso creativo. En este caso, se trata del pez como figura espiritual amenazada. Sierra propone un discurso dramático y emotivo donde la naturaleza es conmoción y urgencia.
Con Vanesa Ibarra ya no se trata de la herida, la zanja, el quiebre, sino de la destrucción, la matanza, la crueldad, el corte final: del mundo natural sólo queda el fragmento. Por cierto, un fragmento ya vaciado. la pata de la res, figurada en escultura vitrálica, pende de un gancho de carnicería. La sintaxis cromática va sugiriendo, en sentido descendente, una progresiva insensibilización y putrefacción. Un plato en el suelo le termina de otorgar el carácter de denuncia que esta carne, ya despostada, implica. El corte de res, así como la contextura fragmentaria propia del vitral forman una metáfora de los profundos quiebres de la relación del ser humano con los animales.
Por el contrario, Lisbeth Franco ofrece una perspectiva íntima de la vida animal. La guacamaya es la imagen de lo doméstico. Es el ave-compañero, el que está lleno de anécdotas y, por ende, de una carga afectiva notable. Si bien la guacamaya es lo animal bajo la égida humana, también es el diálogo con la naturaleza: se le habla, actúa y adquiere hábitos. El cambio de escala que Franco ha operado propicia la identificación y la evocación a los contextos individuales de cada visitante. Lo natural en Franco es vínculo y memoria.
Por último, Gladys Prato se libera de las formas icónicas y se mueve en lo plástico. Su imagen en forma de "ele" (L) podría considerarse un desarrollo expresivo de sus usuales "sillas". Ahora, sin referente específico, esta obra, trabajada en madera, podría sugerir una correspondencia con la idea de una naturaleza vegetal activa (por su forma y plano verticales) pero también sosegada y equilibrada (por sus colores compuestos de intensidad y brillo moderados). Desde la visión de Prato, lo natural es un ejercicio plástico, una analogía.
En esta exposición, Xx de 20 inquieren en torno a una naturaleza doble: palpable y desconocida, viva y exangüe, ordenada y lúdica, planetaria e íntima. Pero, sobre todo, evidencian la naturaleza doble del ser humano: protector y destructor, interesado e indiferente, natural y desnaturalizado (o contra-naturalizado), pacífico y agresivo, espiritual y doméstico, apegado a la casa y deseoso de liberación. Somos seres escindidos, aprendiendo a coser lo que hemos roto.
* Publicado en el catálogo Xx de 20. Las dos puertas de la tierra. Asociación Ateneo de Aragua Casa de Los Arcos, Maracay-Venezuela, 2004.
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