La vida sin palabras: Anotaciones sobre la interpretación en las artes visuales

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Alejandro Useche


       Cuando estamos frente a una obra de arte, nos encontramos ante una puerta. Tenemos la opción de entrar o de retirarnos. Hay imágenes que fascinan, otras que nos resultan indiferentes; otras modifican nuestro estado de ánimo, algunas hasta nos asuntan o nos conmueven. Si giramos la manilla y deseamos aventurarnos dentro de la imagen, es preciso saber que nada estará simplemente hecho, que lo que ella expresa, dice y contiene tendrá que ser elaborado por nosotros. Ante una obra de arte no puede estarse quieto, esperando que la imagen se explique sola. El artista nos da pistas para que emprendamos nuestras propias lecturas.

       Leer "correctamente" una imagen no es decir lo que el artista diría de su propia obra. Si nuestras opiniones son diferentes a las del artista, no ha habido, necesariamente, un error de nuestra parte. Por el contrario, probablemente lo que eso indica es que la obra es buena y produce un mundo diferente en cada persona. 

       Muchas veces no nos atrevemos a emitir opiniones o, peor aún, a procurarnos interpretaciones en silencio, por temor a no coincidir con las apreciaciones y aspiraciones del que realizó la obra. Incluso, es común pensar que la labor de "conseguirle el sentido" a una propuesta artística es cuestión de críticos, investigadores, curadores y docentes. En realidad, esas obras no fueron realizadas para ellos, sino para la humanidad entera. 

       Asimismo, aunque fueron ejecutadas con una idea en mente, las obras, como resultado final, suelen ir mucho más allá --o más acá, según el caso-- de lo esperado. En fin, todo lo que el artista pretende hacer en un grabado, una instalación o una pieza cerámica es, en realidad, una pre-obra, es decir, todo lo que está antes de ella. El resultado final puede ser más rico, más pobre, más simple o más complejo de lo que esperaba. Muy frecuentemente, las obras de arte, como producto final, comportan asuntos inconscientes del mismo artista o poseen un alcance en sus planteamientos que las hacen más universales, aplicables a muchas cosas más de las que se formularon cuando el artista, inquieto, tenía el proyecto en el entrecejo.

       En todo caso, cada espectador tiene su propio derecho a leer las imágenes artísticas según su visión de mundo, sus valores, sus gustos con respecto a lo que es bello, interesante, siniestro, grotesco o agradable, así como según sus recuerdos, sus evocaciones, sus asociaciones de ideas e imágenes y su vida personal. Ahora bien, es preciso distinguir la libertad de la interpretación que cada espectador tiene y lo que podríamos llamar una interpretación alucinatoria. Ya Umberto Eco llamaba a este último fenómeno semiosis aberrante, queriendo señalar con ese término aquellas interpretaciones que se distancian tanto de la obra que no parecen tener nada que ver con ella. Entonces, espectador e imagen no coinciden. Ciertamente no hay una herramienta universal que brinde la posibilidad de establecer un límite preciso entre una interpretación correcta y otra incorrecta. Sin embargo, creemos que existen implementos conceptuales que ayudan notablemente a elaborar interpretaciones plausibles. 

       En primer lugar, no hay que olvidar que toda obra de arte es, por naturaleza, simbólica. Como lo plantea el pensador rumano Tzvetan Todorov, algo es simbólico cuando posee un sentido indirecto. Detengámonos un poco en esto. El sentido directo es todo aquello que es obvio en la imagen, esto es, la parte descriptiva y objetiva. En cambio, el sentido indirecto aparece cuando el sentido directo resulta insuficiente para entender su obra. Entonces, se recurre a un segundo sentido, a un sentido sugerido, oculto, latente, más complejo y profundo. Es fácil comprender el sentido directo de una pieza; pero el sentido indirecto requiere que no estemos en "piloto automático" y que participemos muy activamente en la obra, buscando las implicaciones que están por debajo de lo evidente. 

       Pongamos como ejemplo para ilustrar estas ideas la obra del artista venezolano Mario Abreu (Turmero, 1919 - Caracas, 1993) Mujer vegetal (1954; óleo sobre tela, 97 x 194,5 cm; colección Galería de Arte Nacional), la cual, en su sentido directo, nos ofrece la imagen de una mujer que yace, ladeada, sobre una tierra repleta de flores. La mujer reposa con un abanico en una mano y un libro rojo ceñido con el otro brazo. Las flores son espléndidas, grandes, circulares, abiertas, radiantes. El cielo es luminoso, diurno, aunque muestra una media luna amarilla suspendida sobre las flores. La mujer ostenta una suerte de gorro tornasolado, reflectante, como hecho de espejos, y tras su cabeza un gran disco blancuzco. La mujer es verde y su cuerpo parece estar tatuado de cientos de puntos negros y rojos. 




       De este modo, en el sentido directo, sabemos lo que tenemos ante los ojos, podemos hacer un inventario. La descripción de la imagen podría continuar hasta captar más detalles. Sin embargo, aunque continuemos siempre nos quedará la impresión de que no es suficiente, de que algo falta. Incluso, la imagen nos puede parecer, en algún momento, absurda. Y es que si nos quedamos en el nivel del sentido directo exclusivamente, la obra de arte comienza a perder sentido y a volverse descabellada, inconexa y hasta ridícula. Por eso, se hace necesario recurrir al sentido indirecto, esto es, darnos cuenta de que todos los elementos que están participando en la imagen poseen significaciones más numerosas y profundas. Si eso no fuese así, la escultura de María Lionza, de Alejandro Colina, que está en la Autopista Francisco Fajardo, o Miranda en la Carraca, de Arturo Michelena, quedarían reducidos a una mujer desnuda sobre una danta y a un prócer encerrado en la cárcel. No obstante, ambas imágenes son mucho más que eso y tienen implicaciones estéticas, éticas, religiosas, sociales y políticas. 




       Siguiendo con el ejemplo de Mujer vegetal, de Abreu, podríamos afirmar que si la encasilláramos en su sentido directo fuese sólo una mujer verde, llena de puntos, durmiendo sobre flores, con un gorro insólito, un abanico y un libro que no parecen cumplir función alguna y una luna apoyada, increíblemente, tras su espalda. Menos sentido aún parece tener el hecho de que existan dos lunas. Y entonces, el espectador comienza a plantearse preguntas que el sentido directo no satisface: ¿por qué duerme?, ¿por qué su cuerpo está apiñado de puntos?, ¿qué contiene el libro?, ¿por qué todas las flores son redondas?, ¿qué función cumplen los colores que se usan en la imagen?

       Si bien no responderemos a todas esas preguntas ni a todas las inquietudes que esta imagen puede ofrecer, tomaremos un punto clave: el color. Dado que se trata de la representación de una mujer, podemos pensar que el autor nos está brindando una visión de los aspectos femeninos del mundo. Es joven, por lo tanto, está plena de vida. Y es verde; entonces, a la figura parece añadírsele una idea de crecimiento, desarrollo, fecundidad, esperanza y salud orgánica. Estas ideas vienen dadas por el simbolismo del color verde, el cual puede ser rastreado desde los productos culturales de la Antigüedad hasta el presente. Esta mujer parece ser una representación de la naturaleza misma en su aspecto siempre creciente y fértil. Si la idea de libro está asociada al conocimiento, un libro rojo parece aludir a un tipo de conocimiento específico. Ese saber se comporta como el rojo porque este color es su atributo principal. El rojo es el tono de la vida, la energía y la fuerza bruta. Podría pensarse, por lo tanto, que el libro que sujeta esta mujer versa sobre el conocimiento de la vida. Tal vez de la vida entendida como fuerza bruta en constante desarrollo, como lo muestran las flores y las plantas que rodean la figura: abiertas, como óvulos dando a luz, y plenas, sin nada marchito ni maduro. Todo es joven en la imagen. Si el libro es para leer, ¿por qué está cerrado?, ¿por qué la figura duerme? Consiguientemente, preguntamos, ¿el conocimiento de la vida en su sentido más orgánico, energético y elemental es un conocimiento de la cabeza, es un saber de la consciencia o acaso lo es del corazón, del cuerpo y del inconsciente? ¿La vida floreciente y sensual de esta mujer es un conocimiento del intelecto, enciclopédico? Contrariamente, creemos que la vida que nos plantea esta mujer es la vida que no se comprende con palabras. Así, ella duerme el sabio sueño de lo que vive. 


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