Santos y patronos

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Alejandro Useche


       Todas las civilizaciones han albergado el deseo de trascender sus necesidades básicas para entablar un diálogo con el cosmos. Todas han tenido la tentación de detener el misterio dentro de una estructura estable. En este sentido, la religión, al igual que la política, aspira a un ordenamiento del mundo. Asimismo, la religión persigue la obtención de una "felicidad genuina" fundamentada en una validez universal, que compense las dificultades en la prosecución del bienestar a través solamente de la razón o la técnica. Las religiones han sido, en este orden de ideas, un espacio universal, mas no restrictivo, para estos fines, y podrían definirse, en un sentido amplio, como "verdades esenciales soterradas, confundidas con las formulaciones culturales, las coyunturas humanas y la exigencia de la norma" (Mester, 2000). Ahora bien, las religiones, como cuerpos esotéricos ortodoxos, siempre han estado sujetas a innumberables transformaciones por parte de la comunidad laica. Fuera de la norma, ha crecido otra religión. Nos referimos a la cultura popular, sintetizadora por excelencia: une, mezcla, empalma, compara, añade, imagina, recuerda, rescata, multiplica, profaniza, adapta y emotiviza toda la pureza de la religión. En nuestro continente, la hace más cercana, la contextualiza, la ata a un territorio, a una comunidad, en un movimiento que amalgama todo tipo de creencias: cristianas, caribeñas, indígenas y negras, medicinales y espiritistas, urbanas y rurales. La religión popular es heterodoxa y cambiante, siempre nutriéndose de una historia y de un presente dinámico. 




       En la presente muestra, cada artista aborda el tema desde una concepción plástica específica. Jesús Blandín aborda el hecho religioso ofreciéndonos santos con ojos grandes y almendrados y pupilas redondas, rasgos ya típicos de la obra de este artista. Los cuerpos de sus personajes son alargados o puntiagudos, sobre todo los brazos y dedos. El empleo del color, muchas veces, tiene más relación con los sentimientos que con una lógica racional. Por ejemplo, cuando enrojece los rostros y las palmas de las manos. Siempre emplea fondos en los cuales se sugiere una cierta arquitectura. Asimismo, como en El santuario de san José (2002) la anatomía de sus personajes contradice la constitución real del cuerpo, colocando miembros donde no van. Esto enriquece las actitudes y personalidad de los santos. 




       Bárbara Colmenares apuesta por la visión global e inmediata, el impacto cromático en bloque, con formas amplias y generosas que contienen colores llamativos, llenos de texturas. Sus vírgenes tienden a ser altivas y a recordarnos su carácter superior. En realidad son Vírgenes-reinas. Los paisajes parecen hechos a voluntad de ellas y son idílicos y fantasiosos, cargados de una atmósfera profundamente femenina y cálida. Las flores gigantes y coloridas y todos los objetos representados parecen provenir de un sueño. Su representación de La Virgen de Coromoto ilumina el nuevo milenio (2000) recalca la noción de jerarquía y soberanía, por ser ésta la patrona de Venezuela. Pero esto no es exclusivo de todas sus obras. Por el contrario, otras, como Reflexiones en la oración (Padrenuestro, 2002), comportan una visión mucho más íntima. Con su división en retículas irregulares, Colmenares narra una historia introspectiva en torno a la relación del hombre con la oración y la adoración. En este punto, la artista ha superado los moldes del arte popular más tradicional para crear microescenas que superan la anécdota y que no se pueden reducir a acciones simples y con un solo significado. 




       Rosa Contreras, cuyo nombre preside la sala expositiva de esta muestra, ha participado con una obra de gran formato que funciona como una cartografía de cultos populares. Sobre un fondo negro y enmarcados en una suerte de nichos, se representan santos, patronos y personajes beatos diferentes, entre ellos la Virgen de La Pastora, san Benito, la Madre María de San José y José Gregorio Hernández. En el centro, los devotos manifiestan su fe y su adoración a estos iconos religiosos. Esta tela, aunque no deja de ser solemne y jerarquizadora, posee frescura y humor (sobre todo, el nicho de José Gregorio Hernández). El impacto de la obra reside en sus dimensiones y multiplicidad 
de imágenes. 




       Por otro lado, en el caso de Edito López (San José y la Virgen de Coromoto, 2002), aunque la obra participante formalmente podría asimilarse a la estética de Blandín, sus personajes son más lánguidos y sus partes más alargadas y espiritualizantes. Sus rostros, estilizados y elegantes, al igual que el resto de sus cuerpos, acentúan la verticalidad. La espada que yergue san José hacia arriba forma parte de este fenómeno. Predominan el amarillo-ocre, el azul, el blanco y los fondos nebulosos. Las figuras exhiben dureza y firmeza en su constitución espiritual.

       Luis Enrique Moreno construye toda su propuesta a partir de la combinación y composición de elementos diminutos (zigzags, puntos, pequeñas pinceladas, círculos, formas de semilla o perla), los cuales, vistos desde una cierta distancia, construyen un todo orgánico (las Vírgenes y sus fondos), lleno de ritmo y cercano al código decorativo. Su obra, en gran medida, se define por esa riqueza plástica producida por los detalles, acercándolo en muchos casos a la técnica puntillista. Sus Vírgenes, como Nuestra Señora de Belén, San Mateo (2002) y La Virgen de Aranzazu (2002), poseen la inclinación del rostro típica de la beatitud, así como hieratismo, lujo, verticalidad y simetría propios de la tradición iconográfica católica. Son Vírgenes ligadas a la Luna, el agua y la tierra. Sus cuerpos, aunque muestran una actitud pasiva y contemplativa, están rematados por coronas que nos hacen pensar que están vinculadas o comunicadas con el cielo y el sol. 




       Ángel Tirado es el único artista que participa con tallas. Las suyas se definen por la tipología de talla de palo y por la construcción de rostros agrandados (como en el código caricaturesco), exaltando los detalles faciales en pro de la configuración de una identidad corporal más rigurosa. Sus personajes son rígidos, compactos y para ser vistos frontalmente. Forman parte de altares de pequeñas dimensiones que arman escenas como, por ejemplo, una procesión de san Benito. El fondo de estos altares complementa la escena y tiene una función secundaria ambiental. Tirado crea, con estas piezas, altares de consumo personal, espacios íntimos y cotidianos para el encuentro con lo divino y con las tradiciones. 


      Yaqueline Tovar centra su atención en los atributos y objetos que distinguen o rodean a los personajes, desencadenando una profusión que tiende a sobrecargar el espacio. Esto genera, en algunos casos, una sensación barroca. Frutas, armas, dianas, coronas, mantos, velas, vestuarios, pañoletas, cálices, cruces, globos y flores son algunos de los objetos de su inventario plástico. Por otra parte, integra la escarcha como material para enfatizar algunos objetos de especial interés (como la corona de María Lionza o las llamas de las velas). Tovar posee un sentido dibujístico marcado y una composición cercana al arte infantil. La jerarquía de algunos personajes se establece por los tamaños (juego de escalas), como en el caso de María Lionza, la cual ha sido representada con mayor altura que los otros personajes (El portal de las tres potencias, 2002) o del Nazareno gigante de La bienvenida del Nazareno (2002). A veces, el tamaño de los objetos responden más bien al mundo afectivo de la artista. Sus obras poseen un sentido que va de lo festivo a lo solemne. 




       Otro es el planteamiento de Juan Francisco Veraméndez: una visión panorámica de la comunidad, visiones de escenas populares, con sus edificios de residencia, parques de diversión, fuentes, comercio, gente y paisajes naturales. Sus escenas son eminentemente festivas y usualmente ostentan papagayos y una congregación copiosa, pero ordenada de personas. Sus figuras son anónimas y cobran sentido en cuanto forman una muchedumbre alrededor de procesiones y sucesos religiosos colectivos. Predominan los colores puros y un cierto respeto a la perspectiva. A veces incorpora algún elemento extrapictórico, en este caso una moneda. Su obra, como la de Moreno, es para ser contemplada detenidamente. 

       Por último, Rómulo Vidal desarrolla formas anchas, robustas, estables y viriles con grandes zonas de color puro. Son figuras simples y, por lo general, aspiran, en su composición, a la simetría. Se busca el impacto del color y la sencillez de la imagen. Para ello, Vidal emplea la ampliación y el acercamiento de los elementos representados, alejando así a sus personajes de algún paisaje o referencia específicos. El sentido colectivo de su obra queda constatado en la eventual inclusión de personajes anónimos o de "la masa popular" como ocurre en la pieza Un santo en mi pueblo (2000). Aquí el pueblo puede compartir la escena, siquiera por un momento, con el Siervo de Dios, sin distancias ni protocolos."



Mester, Beatriz. (2000). Entrevista realizada por Alejandro Useche [grabación sonora]. El Limón, estado Aragua, 16 de julio. 


 * Publicado en el catálogo Santos y patronos, Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 2002. 
      

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