Uzcátegui frente a Uzcátegui. Paisajes extremos

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Alejandro Useche


       La obra de José Miguel Uzcátegui es, en principio, desigual, en cuanto agrupa diferencias difíciles de engranar. En el caso de Uzcátegui, uno supone que de una pieza a otra han transcurrido años, cuando en realidad han sido semanas o meses. La diversidad de visiones y estilos que se yuxtaponen y suceden, avanzan y retroceden hacen inútil cualquier clasificación por períodos. Uzcátegui transcurre del paisaje tradicional al abstracto, de la pintura azarosa al escudo heráldico, de los animales místicos a las escenas urbanas, de los misteriosos petroglifos a las figuras femeninas geométricas o expresionistas, de la intesidad de los colores primarios a la austeridad del blanco y el negro, de las texturas del papel a las del aserrín, y del bodegón a ese paisaje donde lo vegetal y lo humano se cofundan. 

       Se hace necesaria una aclaratoria: cuando hablamos de paisaje no nos referimos sólo a aquel que ha sido producto de la recreación de lo que ofrece la naturaleza y los espacios íntimos y urbanos, sino también a aquel que emerge de la topografía anímica y espiritual del individuo artísticamente creativo. 

       Este artista plástico radicado en La Victoria, estado Aragua, parte de la herencia de los maestros Manuel Villegas y Jorge Chacón, e inicia una búsqueda donde nunca parece satisfecho. Siempre cambia de mirada, como una voz no escuchada que muta en la soledad. Sin embargo, no hay que descartar algunas constantes: la preocupación por las posibilidades del color y del movimiento sugerido y, en lo temático, el aspecto trascendente de la naturaleza y el hombre. 

       Asimismo, la familia, la mujer y lo religioso son hebras que tejen esa trayectoria irregular. Ahora bien, es importante señalar que uno de los trabajos más profusamente ejecutados por Uzcátegui desde 1995 es aquel abocado a la creación de atmósferas y mapas cromáticos, telas absolutamente abstractas en las cuales una combinatoria indefinida del color (yuxtapuesto, sobrepuesto, mezclado, velado, chorreado, etc.) persigue reacciones también indefinidas de carácter físico y emotivo en el espectador. 

       En este sentido, estas obras no pretenden eseñarnos algo, sino darnos una experiencia distinta siempre en cada espectador. Por otro lado, Uzcátegui, como consecuencia de su sentido expansivo, ha abordado recientemente un nuevo medio de expresión: la escultura. En ella, el hierro construye escenas espirituales abundantes en texturas y con un sentido compositivo que podríamos calificar, sin menoscabo de su autonomía, de 'pictórico'. 

       En este punto, pintura y escultura encuentran sus afinidades, sus correspondencias. Uzcátegui lucha consigo mismo. Se asoma a su propia imagen y, ante la imposibilidad de verse desde un solo ángulo en un único momento, fragmenta ese reflejo en innumerables imágenes. Porque verse es ver a otros. Así es como los extremos se juntan. Y es así por lo que una muestra como la presente puede combinar los paisajes más extremos de un mismo artista. Quedan entonces reflejados los silencios. Pero sobre todo, las dudas. Porque es de estas vacilaciones de donde surge la belleza. 



* Publicado en el catálogo Uzcátegui frente a Uzcátegui. Paisajes extremos. Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 2002. 

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