Henry Bermúdez: Claves para una interpretación simbólica

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Alejandro Useche


        Si bien es posible que contemplar la obra plástica de Henry Bermúdez produzca una sensación de armonía, placidez, sensualidad y estabilidad en el espectador, también es muy factible que sus imágenes detonen la curiosidad, la duda e, incluso, la desazón. Aunque sus forma aspiran a lo perfecto y completo, algo queda sin encajar y sumido en el misterio. Surgen, entonces, las preguntas. ¿Qué me quieren decir estos paisajes poblados de animales-dioses y de seres fantásticos? ¿De dónde vienen y hacia dónde se dirigen? ¿Qué diferencia hace que estén juntos o separados? ¿Qué hay de valioso en que estén en los mitos arcaicos y en las telas de este pintor? En fin, ¿qué simbolizan y para qué son buenos?



       Una primera aproximación a la obra visual de Bermúdez exigirá del espectador asumir una actitud primordial: lo que veo está, sobre todo, para disfrutarlo, para recordar, imaginar y combinarlo con mis propias imágenes. Ahora bien, si se desea avanzar, habrá que asimilar una realidad contundente: lo que veo no sólo significa lo que siempre he sabido que significa, sino algo nuevo para mí, por lo que tendré que interpretar. En este punto, el espectador deberá elegir entre el monólogo con lo ya conocido o el diálogo con lo desconocido. No realizaremos ninguna conjetura moral al respecto. Sin embargo, si el observador opta por la interpretación, tendrá que afrontar un reto nuevo: ninguna interpretación es totalmente correcta y es, en última instancia, tan creativa como la obra a la que hace referencia. 



       En el caso de Henry Bermúdez, el espectador cuenta con una aparente ventaja: sus figuras son, en principio, préstamos de diversas culturas y de diferentes momentos de la historia. En este sentido, basta recurrir a las fuentes que versan sobre dichas civilizaciones y periodos, y se tendrá una base para comenzar a descifrar. No obstante, ¿qué diferencia hay entre el mito o figura original y su presencia  en la obra de este artista? ¿Lo que significa allá, también lo es acá? Otra vez, la duda aborda al espectador.




       Ahora bien, antes de avanzar, es preciso y justo visualizar qué y cómo se constituye el mundo plástico de Bermúdez, para lo cual abordaremos sólo algunos aspectos esenciales. Lo primero que se hace claro es que la mayor parte de sus imágenes están en el marco de un paisaje, se trate de una trama vegetal o de un escenario natural completo. Sobrepuesto, engranado o fusionado con lo vegetal, aparece la vida animal en un despliegue marcadamente teatral y erótico. Estamos hablando de paisajes edénicos, donde no ha llegado la huella del hombre. Son escenarios exuberantes, profusos, intocados, atemporales, solemnes y profundamente hedonistas. Todo es importante en ellos. Nada es superfluo. Todo vive y es grandioso. Las cosas vibran y se contorsionan lentamente, al punto de asimilarse a lo inmóvil. Esto es así porque se desea crear lugares que evoquen lo eterno, espacios dignos de los dioses. Por ello, las telas de Bermúdez están pobladas sólo de divinidades o de seres tocados por la gracia de lo trascendente. 



       El mayor grosor visual de este pintor descansa en un circuito mitológico de carácter zoomórfico. La figura animal, la humana y múltiples combinaciones entre ellas contruyen un mundo plural en formas y único en esencia. Aunque Viloria Vera es de opinión de que la serpiente-ave, el hombre-pájaro y el "encantador de serpientes" son las tres unidades principales de la obra del artista marabino, consideramos que esta selección es demasiado tajante. El caballo (sea en su versión blanca, negra, verde o roja), y sus derivados (centauros, centauros-pájaro y pegasos), el gallinazo (u hombre-gallinazo) y la recreación del Retrato de Battista Sforza, duquesa de Urbino, de Piero della Francesca, son, asimismo, imágenes fundamentales y recurrentes en el conjunto plástico que nos concierne. 



      Pero el asunto no acaba allí. Hombres-serpiente, mujeres-pájaro, mujeres-pájaro-jaguar, jaguares y hombres-jaguar, águilas reales, peces y hombres-peces, caballos-serpiente-ave, perros, minotauros, hombres-sapo y la diosa sin cabeza son algunos de los tantos seres que habitan los mundos de ficción de Bermúdez. Pero, ¿qué hacer ante esta pluralidad arrolladora, ante este mundo de híbridos y monstruos?



       Primero, comenzar con las formas básicas, sus significados, referencias cruzadas y márgenes de ambigüedad. La serpiente-ave es una de las imágenes más importantes en la pintura de este creador, una referencia a la serpiente emplumada prehispánica, Quetzalcóatl, símbolo de la unión de los contrarios y de la ascensión que transmuta la materia en espíritu. Esta serpiente-ave es, en Bermúdez, una serpiente-laberinto, que se alarga de manera increíble (enfatizando lo extrafísico) y moviéndose de manera sinuosa e intrincada por una naturaleza igualmente laberíntica, conformada por cuerpos vegetales ondulantes, excesivos y de recorridos incomprensibles. Su habilidad reptante la asocia al árbol y no es de extrañar que aparezca enroscada a éste constantemente, recordándonos una segunda referencia: la serpiente tentadora de Edén. Aquí se encuentran dos códigos. Si bien esta serpiente-ave es un símbolo de la energía y de la lucha por la elevación espiritual, también es una serpiente provovadora, vanidosa (véase su mirada altiva y su aspecto lujoso), enraizada en la sensualidad y en la esfera inferior. Por esta razón, aparece en ocasiones enroscada en la cruz, indicando el triunfo del espíritu sobre la materia. Igualmente, su relación con el hombre-pájaro, asume la lucha eterna entre los opuestos. Es así como estos seres se muestran apresados en un abrazo sin fin o desplegando danzas complejas. Lo mismo ocurre con el encuentro entre el hombre-pájaro y el hombre-jaguar. Esto nos dice que la naturaleza de Bermúdez está fundamentada en un dualismo dinámico, en el cual los opuestos siempre están en movimiento y en lucha armoniosa. Pero no es un edén etéreo, sino compacto y duro, donde la mayoría de sus habitantes detentan carnes firmes y abundantes y músculos bien definidos. Son formas de constitución escultórica que nos recuerdan que es un paisaje de la materia. 



       Por otro lado, el "encantador de serpientes" es un rostro que flota en el aire y que irradia formas que recuerdan a hojas o a los rayos del sol. Su rostro, marcado por surcos que se asimilan a los anillos de la serpiente, posee una mirada hipnótica. Aquí varios asuntos se cruzan. Ciertamente es un "encantador", como lo sugieren los surcos de su rostro: son las ondas mesméricas con las que hipnotiza a la serpiente-ave y al hombre-pájaro. El encantador se mimetiza con la serpiente-ave al apropiarse de sus surcos-anillos. Por otra parte, el "encantador" es también un rostro solar y un rostro-vegetal. En este sentido, es un ente ligado a lo animal, lo vegetal y lo astronómico. Constituye uno de los pocos habitantes cuya apariencia es marcadamente humana y simboliza la energía unificadora del cosmos y una expresión de una naturaleza lánguida, despreocupada e irracional.



       El mundo visual de Bermúdez está articulado desde la hibridez, la mezcla y la combinación inesperada. Los animales y las plantas se unen en metamorfosis continuas, generando seres nuevos y taxonomías inusitadas. La situación de lo híbrido propulsa a estas obras a la dimensión simbólica. Dicho de otro modo, estos animales y plantas son simbólicos porque son híbridos. Su carácter híbrido genera un sistema taxonómico que difiere del científico o "fáctico". Sin embargo, no por ello, son producto de la fantasía, el capricho o la evasión. Por el contrario, son resultado de un conocimiento profundo del mundo. No se puede modificar, derivar o reinventar la realidad sino se la conoce bien previamente. Es así como estos seres fantásticos son un cuestionamiento al mundo, al proponer una taxonomía divergente y un ideal de contraste. Se responde, entonces, a la pregunta de para qué son buenos los símbolos. Lo mismo sucede con los seres perfectos --como los de Bermúdez--, los cuales evidencian el sentido eternamente insatisfecho, progresivo y empeñoso del ser humano. Ver estos seres y luego regresar al mundo cotidiano produce un desnivel que incita a la reflexión y a la superaciópn espiritual. 





* Publicado en la Guía Didáctica N.º 48 Henry Bermúdez. Continuidad y diferencias. Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 2003. 











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