Una América Latina imaginaria

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Alejandro Useche
(texto escrito para el proyecto "Milenio", del Macma, 2000)

       Si comprendemos a América Latina como un "cuerpo social" el cual, pese a su diversidad, posee una "psiquis" más o menos coherente que establece una identidad colectiva o una búsqueda de la misma, podríamos decir que este "yo latinoamericano" no sólo es una experiencia masiva, una existencia múltiple, sino que también es un ojo que se mira a sí mismo. Esta aserción viene dada por el hecho de que América Latina no ha dejado de preguntarse quién es, efectuando un interrogatorio que no parece conocer término. Constantemente se cuestiona espernado así develar los rasgos que establezcan unas coordenadas confiables y, por lo tanto, un sentido que trascienda sus particularidades y accidentes, los cuales, en su profusión, parecen crear vaciamientos y estados crónicos de confusión.

       El deseo de conformar una ontología latinoamericana tiene la urgencia de quien exige inmediatez, y como todo deseo es por definición movimiento, éste se convierte, en su recorrido, en flecha, en impulso fálico, una acción subversiva y reveladora. Sin embargo, aquí se produce un giro fundamental: en su tránsito, la flecha se curva y se hace círculo porque no se desea 'cazar' al otro sino a sí mismo. Ahora bien, el círculo de la búsqueda ontológica latinoamericana es más bien una esfera: el círculo se hincha de direcciones y pluralidades (también de obsesiones) y se hace volumétrica. Se hace ojo. Las tentativas de configuración de una identidad latinoamericana están construidas sobre la base de un falicismo redondo, donde el ojo se fecunda en la autocontemplación. No obstante, esta esfera no es perfecta; un ligero achatamiento lo hace signatura no sólo del ojo, sino del orbe. Esta situación viene dada porque el borde de la esfera no delimita un perímetro edénico sino, por el contrario, uno humano, inscrito en lo imperfecto porque es tiempo y espacio.

       América Latina desea separarse de la matriz para ser individualidad, diferencia, puro self. En fin, descubre al otro. La completud que ostenta el hombre europeo y el terror de la contemplación de un "sí mismo" amorfo que atentaba con abrir la puerta del tiempo y del espacio como una Caja de Pandora, instauró la paralización. Esta es la fetalización que no es más que la analización del útero al retener la criatura en el cuerpo primigenio, apartándolo de la corrosión del tiempo, en fin, de la oportunidad de hacerse individuo desarrollado espacialmente. 




       En este sentido, el hombre latinoamericano ha aspirado a conformarse ya sea en un estado edénico, ya en uno utópico. No hay que olvidar que la inmovilidad constituye uno de los mitos más firmemente enraizados en la conciencia occidental. Desde esta perspectiva, lo utópico (más allá del futuro) y lo edénico (más allá del pasado) son los límites de la inmovilidad.

       la historia de las percepciones que América Latina ha tenido sobre sí misma es la historia de la indagación ontológica. Dentro de esta historia, destacan dos proyecciones importantes: la primera, establece que América Latina es la concreción de lo Edénico, un fragmento intocado, un espacio del mundo libre de la conquista civilizadora. Según esta concepción, aunque ya América Latina haya ingresado al capitalismo, conserva una dimensión impoluta. El pasado prehispánico viene a ser la fuente de salvación y rejuvenecimiento de una cultura que desea regresar al Huevo Cósmico. 

       La segunda proyección es aquella según la cual América Latina es el Nuevo Mundo, el Laboratorio Universal, el territorio desde donde parten todos los futuribles. Es el híbrido superlativo, el mestizaje limitáneo. Vértice del mundo, América Latina, en su imaginación, realiza el salto cuántico y nombra un tiempo después del tiempo, un futuro que la sobrepasa. 

       Lo que pareciera ser un doble arquetipo temporal, uno edénico y otro utópico, es, en realidad, uno solo: el arquetipo de la atemporalidad. Se trata de la descronologización del alma latinoamericana que persigue la preservación de un yo-ideal. Sin embargo, el hombre por vivir entre lo edénico y lo utópico sólo puede realizar y experimentar cosas que estén ubicadas en este intervalo. Precisamente lo humano está adscrito en este espacio localizado entre ambos extremos. El decurso de América Latina es, en definitiva, discontinuo porque se da en el movimiento




       Recurriendo al valor arquetipal de las figuras pelasgas, podríamos enunciar que América Latina es, en múltiples sentidos, Eurínome, la Diosa de Todas las Cosas que se creó a sí misma y al otro en un mismo gesto. Y lo hizo por meido del movimiento. Danzó y frotó al viento o 'aliento de sí mismo' hasta convertirlo en Ofión, la Serpiente de Bóreas, el símbolo de la otredad, espejo para el asombro y la creación. Pero Eurínome crea al otro para fracturarlo. Una vez consumada la cópula, Ofión es aplastado y de sus dientes nacen los hombres. Ofión-espejo se fragmenta para dar cabida a las otredades, es decir, a la verdadera creación. El otro vive para ser fraccionado, deglutido y digerido. Cualquier entereza atentaría contra la creación misma. 

       Se fragmenta para generar nuevas realidades porque el fragmento es sinónimo de movimiento. Es por esta razón por la que moverse es copular. El encuentro con el otro requiere un desplazamiento (o varios: el encuentro aproximativo). La cópula es el acto de fusión cuyo destino es la conciencia de la escisión. Sin embargo, la distancia posterior a la cópula tiene la particularidad de que el sujeto ya se ha apropiado del "cuerpo esencial" del otro en un proceso de alucinación negativa en el cual lo apropiado se invisibiliza. Una vez cumplidas estas etapas, el hombre se fragmenta y multiplica en diversos yoes no cuantificables. Después de la fusión, la fragmentación. La América Latina eurinómica se multiplica en cada nuevo encuentro en una orgía infinita. Cada fragmento posee una piel, un límite donde se efectúan los encuentros, las incorporaciones, las expulsiones, sin más, la deglución erótica. El límite integra, retiene, expele, se expande, se constriñe. Con el roce de la piel, el hombre se fecunda y se hace a sí mismo. Al deglutir se fragmenta al otro y a sí mismo, se amalgama y sintetiza. En este sentido, la piel es conversión. Por ende, la identidad latinoamericana es eurinómica, siempre multiplicándose en su trajinar con los otros. 

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